Opinión
Una campaña paralizada

Chile vive un momento decisivo, y nada indica que estemos aprovechando la instancia para comprender mejor dónde estamos y en qué dirección deberíamos movernos.


Una campaña paralizada

A tan solo cuatro semanas de la elección presidencial, lo menos que puede decirse es que la campaña ha sido decepcionante. En principio, es un período crucial que permite deliberar en común sobre nuestros múltiples problemas. No se trata solo de identificar las dificultades, sino también de explorar las eventuales soluciones. El momento, además, es propicio para dibujar horizontes y sugerir futuros posibles. Sin embargo, hasta ahora hemos visto poco de aquello. Más bien, las discusiones han sido circulares, plagadas de reproches y descalificaciones recíprocas. Chile vive un momento decisivo, y nada indica que estemos aprovechando la instancia para comprender mejor dónde estamos y en qué dirección deberíamos movernos.

La primera responsabilidad es, desde luego, de los propios candidatos. En general, no han podido —o no han querido— privilegiar las propuestas y visiones de futuro. Que se entienda bien: es obvio que la competencia electoral posee una dimensión polémica y, por lo mismo, esa clave tiende a dominar la escena. Con todo, incluso en ese contexto es posible hacer bastante más por poner ideas arriba de la mesa. Es curioso, pero quizás ha sido Johannes Kaiser quien más esfuerzos ha realizado por situar la discusión en un nivel distinto (por más que se discrepe del contenido). Los otros candidatos han contribuido —cada uno a su manera— al escenario actual. Veamos.

Jeannette Jara ganó la primaria con una votación histórica, arrasando con el socialismo democrático y el Frente Amplio. Se perfiló entonces como una candidata temible, dotada de cierta aura. Pero el momento no fue aprovechado y, con el pasar de las semanas, ese impulso se diluyó enteramente. Entre conflictos con su partido y desacuerdos programáticos, Jara no logró elaborar una plataforma política digna de ese nombre: es imposible saber desde dónde habla. El resultado no debe sorprender: sus números son tan respetables en primera vuelta como insuficientes de cara a la contienda final. Jara quedó atada a las cifras del Gobierno, y quedó encajonada en ese lugar. Peor, no cuenta con herramientas para salir de allí. De hecho, es difícil saber —al margen de las frases hechas— el país que propone la candidata comunista. Para la izquierda, la situación es crítica, no tanto por el eventual fracaso como por su forma. Perder es siempre una posibilidad, pero perder sin banderas ni convicciones es una tragedia. No hay nada peor que una derrota estéril. En todo caso, la lección es clara: mientras no realice un inventario de todo lo ocurrido desde el 18 de octubre en adelante, la izquierda chilena está condenada a los tumbos.

Por su parte, Evelyn Matthei no ha logrado responder al desafío lanzado desde su derecha. Tras largos meses en la punta, no ha dado con la tecla adecuada. Su equipo y voceros suelen rebatir las propuestas de Kast —algunas veces con razón—, sin advertir que lo central no se juega allí. En otras palabras, la candidata de Chile Vamos no ha mostrado una propuesta positiva, capaz de producir adhesión efectiva. De hecho, la ausencia relativa de proyecto puede apreciarse en la importancia atribuida a los acuerdos, que constituyen un medio más que un fin. Revertir la tendencia exige mostrar algo mucho más nítido (y el tiempo corre en su contra).

El caso de José Antonio Kast es algo distinto. Por de pronto, su posición de favorito en las encuestas lo ha conducido a la cautela: no quiere arriesgar. El resultado de dicha disposición ha sido extraño: entre el “Chao Préstamo”, la reducción de gasto por seis mil millones de dólares y los parásitos, Kast lleva varias semanas a la defensiva. Luego de un primer semestre impecable, todo indica que quiere llegar a noviembre con las rentas acumuladas. En cualquier caso, el dato relevante es que el escenario ha sido creado por los mismos republicanos: la conversación gira en torno a los temas que ellos definen. El lector podrá preguntarse por qué escogen temas que los dejan a la defensiva. Pues bien, porque les conviene. Kast no arriesga votos en esas discusiones, muy por el contrario: se mantiene en el centro de la discusión (con el auspicio del mandatario) y las semanas transcurren sin cambios en los sondeos. Esto explica, creo, la sensación de parálisis: los republicanos no quieren que se mueva el balón, riegan la cancha, traban el juego e impiden cualquier progresión del debate. El negocio parece redondo.

Sin embargo, desdeñan lo más importante: todo esto puede ser útil para ganar la elección, pero se convertirá en dificultad a la hora de gobernar. Este es el enigma: Kast ha decidido poner toda su atención en el 16 de noviembre, olvidando que un triunfo carece de todo sentido en ausencia de condiciones mínimas de gobernabilidad. Si acaso es cierto que el país vive una emergencia, ¿no resulta absurdo horadar todo aquello que podría permitir enfrentar la crisis? ¿No sería más recomendable aprovechar la energía de esta etapa para acumular capital político que permita cumplir con el programa? La referencia a los parásitos puede ser una buena consigna de campaña, pero el 12 de marzo se convertirá en un pesado lastre: es imposible gobernar desde esas coordenadas. Será el equivalente a la frase de Jackson sobre la superioridad moral. Para decirlo en simple, en Kast hay demasiada táctica y muy poca estrategia.

La paradoja es digna de ser notada: la campaña está cada vez más desconectada del futuro gobierno. Sobra decir que el triunfador deberá pagar todas y cada una de estas cuentas en marzo de 2026. No es seguro que haya fondos disponibles.

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