Opinión
Ultraliviandad

De seguir esa lógica, deberían ser descartados como 'ultras' desde Adenauer y Frei Montalva hasta Bobbio

Ultraliviandad

"Qué es Schoenstatt, el movimiento ultracatólico al que pertenece el presidente electo de Chile". Así se titula un reciente reportaje de BBC News Mundo, haciendo eco de una narrativa que tiende a calificar —más bien: descalificar— como “extremo” o “ultra” no sólo a José Antonio Kast, sino que a toda figura o visión de mundo que no calza con el dogma progresista del momento. En el plano estrictamente político el guion no es original (en 2018 Camila Vallejo ya se refería al expresidente Piñera como un exponente de la "ultraderecha"), pero este año se explotó al máximo. Desde luego, los resultados del balotaje presidencial sugieren que entre los atributos de esa retórica no destaca la eficacia electoral, pero de todos modos conviene reparar en sus puntos ciegos. Ellos ayudan a comprender tanto su esterilidad política como el laberinto en que se encuentran las izquierdas.

Por de pronto, salta a la vista un primer defecto del libreto que hoy advierte la llegada de la "ultra" a La Moneda: su incapacidad para capturar el fenómeno que intenta describir. En concreto, dicho libreto sencillamente no es verosímil si Kast —cualesquiera sean sus problemas o tareas pendientes— exhorta de modo permanente a respetar la ley y el estado de derecho, y menos aún si en su primer discurso como presidente electo exige respeto para sus adversarios (y en especial, para la exministra Jara). En términos simples, la brocha de la "ultraderecha" es demasiado gruesa y claramente no logra pintar bien el cuadro que tiene por delante.

Lo anterior quizá se explica por otro vacío latente en quienes cultivan esta retórica: su severa confusión de planos entre sus propias preferencias (lo "progresista") y aquello que sería admisible, justo o legítimo (lo "democrático"). Así, se asume que abrazar un ideario de fuerte inspiración cristiana o conservadora sería sinónimo de “extremismo”. Esta confusión, además de ser incompatible con la tolerancia al disenso propia del régimen democrático, revela una dosis importante de ignorancia. En rigor, de seguir esa lógica un amplio elenco de referentes debería ser descartado como “ultra”, desde políticos cristianos como Konrad Adenauer y Frei Montalva hasta intelectuales como Norberto Bobbio (contrario al aborto).

Con todo, tal vez la falla más notoria de la narrativa "ultra" criolla es que suele omitir o relegar a un plano muy secundario un dato elemental: si hay algo auténticamente extremo en la vida común, ello es validar la violencia como método de acción política. Y en el Chile actual —todo hay que decirlo— ese vicio moral e intelectual no puede ser atribuido a las derechas, sino a quienes luego del 18 de octubre de 2019 creyeron que la última palabra la tenía la "vía de los hechos".

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