Los órganos del Estado responden a ideales más o menos nobles, pero también a intereses; y es inevitable que el poder que se ejerce sobre la burocracia sea el resultado del equilibrio entre ganadores y perdedores que dejan las elecciones.
Los debates sobre la independencia del poder judicial tienden a partir del supuesto de que es posible aislar a los tribunales de la influencia de los grupos políticos. Sin embargo, toda institución eventualmente puede ser cooptada si se dan ciertas condiciones, pues quienes detentan mayorías usualmente van a querer más poder; es parte de la naturaleza humana. La política existe precisamente para contener esos deseos de control total, generando un marco que nos permita movernos con relativa confianza y sin correr el riesgo de que el adversario nos anule.
Pensar que puede existir un poder judicial —o cualquier otra institución del Estado— inmune al control o interés político es de una ingenuidad peligrosa. Y no es nueva. Guardando las proporciones, también pasó en el debate constitucional con quienes pedían “una que nos una”. Es muy improbable que en medio de la disputa por el control del Estado —eso es, a fin de cuentas, un debate constitucional— los amplios ganadores cedan a los intereses de grupos minoritarios sin ningún poder de veto.
La política tiene una dimensión donde la virtud de los políticos importa mucho, hoy lo sabemos más que nunca. Pero también los diseños institucionales generan distintos incentivos para los actores políticos. El problema de creer que “despolitizar” la burocracia es única o principalmente un asunto de voluntad, de tener una “mirada de Estado”, es precisamente quitarle relevancia a esa dimensión institucional. No podemos evitar que los órganos del Estado se politicen, pero sí podemos evitar a través de buenos diseños que sean capturados por facciones que hagan y deshagan sin contrapeso. Y tenemos muchos ejemplos de la importancia del diseño institucional. El proceso constituyente de 2022 se cayó también porque faltó un entramado que impidiera esos excesos, y no solo por el ánimo refundacional de los constituyentes (aunque ambas cosas se encuentran ligadas). El poder judicial está fallando no solo por intereses espurios de funcionarios oscuros, sino también porque el diseño institucional responde a realidades que guardan escasa relación con el contexto actual. El INDH está capturado porque tal vez fue diseñado para permitir esa captura. Y así.
Los órganos del Estado responden a ideales más o menos nobles, pero también a intereses; y es inevitable que el poder que se ejerce sobre la burocracia sea el resultado del equilibrio entre ganadores y perdedores que dejan las elecciones. Lo que sí podemos contener es la captura y el intento por acallar visiones de mundo disidentes. Y eso no se logra solo exigiendo la necesaria virtud o “mirada de Estado”, sino que proponiendo también diseños institucionales que generen en los actores dignidad en la derrota y humildad en el triunfo.