Opinión
El gesto de Frei

Advertencia: si Kast es electo presidente, no podrá gobernar desde una esquina, pues Frei lo invita a una empresa más amplia. El exmandatario cargó al candidato con una enorme responsabilidad: dejar de ser el jefe de una facción para transformarse en algo muy distinto, cuyos contornos aún están por dibujarse

El gesto de Frei

Hasta hace pocas semanas, la izquierda alimentaba sus esperanzas repitiendo que la segunda vuelta sería una nueva elección. Así, esperaban que los resultados del 16 de noviembre abrieran un nuevo escenario, con Kaiser en segunda vuelta o la candidata oficialista en torno a 35 puntos. Sin embargo, sabemos que nada de eso ocurrió: Jeannette Jara no alcanzó el 27%; y, peor, los candidatos de derecha sumaron más de la mitad de los votos, mientras que la izquierda reunida no superó el umbral del 30%. Estos datos elementales permiten comprender que —en lo grueso— el cuadro quedó cristalizado hace dos semanas y que, salvo sorpresa mayúscula, los dados parecen echados.

El fenómeno es llamativo, y merece ser observado. Después de todo, el hecho macizo es que el gobierno que, en principio, sería profundamente transformador terminará entregando un país muy inclinado a la derecha. En su primer discurso presidencial, Gabriel Boric jugó a convertirse en el heredero de Salvador Allende, y prometió abrir —por fin— las grandes Alamedas, sin sospechar que le estaba abriendo el camino al Partido Republicano. La izquierda enfrenta una tarea intelectual de dimensiones colosales: explicar el error de diagnóstico que está en el origen del desajuste entre expectativas y realidad. Cualquier esfuerzo por minimizar o relativizar ese error solo contribuirá a alargar sus consecuencias.

Un lector atento podría objetar lo dicho hasta acá. Que no se entusiasme la derecha, pues no hay nada nuevo bajo el sol: estamos, una vez más, frente al eterno retorno del péndulo que va de un lado a otro, cada vez con mayor fuerza. La secuencia es clara: la elección del 2017 marcó un rechazo a la segunda administración de Michelle Bachelet, el voto de 2021 fue contra Sebastián Piñera, y el resultado de 2025, contra Gabriel Boric. Así las cosas, lo mejor que puede hacer la izquierda es sentarse a esperar que el nuevo gobierno fracase, para regresar en cuatro años más. De algún modo, si seguimos esta lógica, los gobiernos están condenados a decepcionar a los chilenos por motivos estructurales que no guardan relación con los agentes.

La tesis es tan tentadora como insuficiente. Desde luego, tiene bastante de verdadero: no es difícil ganar una presidencial desde la oposición. Sin embargo, existen al menos dos motivos que obligan a interrogar seriamente dicha tesis. En primer término, es cuando menos dudoso que la seguidilla de gobiernos frustrados pueda reproducir ad nauseam la alternancia política. Más bien, cabría pensar que el péndulo va cambiando de forma y dirección (y allí están los votos de Franco Parisi para confirmarlo).

Hay un segundo motivo que permite interrogar la teoría del péndulo. En las últimas décadas, la derecha ha ganado dos presidenciales, pero nunca sus candidatos reunidos habían obtenido la mayoría en primera vuelta. Si se quiere, los dos triunfos de Sebastián Piñera fueron a contrapelo de cierta hegemonía de centro-izquierda: la derecha nunca logró asentar una mayoría social más allá de la coyuntura. El fenómeno que emerge hoy es distinto, y podría marcar un nuevo ciclo. El solo hecho de haber contado con tres candidatos competitivos en primera vuelta, provenientes de distintas tradiciones, es fiel reflejo de una vitalidad renovada, y deja ver de qué lado está la energía. Mientras, la izquierda, después de años de embriaguez, no logra dar con una palabra política que entre en contacto con la realidad: la performance ha sido reemplazada por el silencio.

Desde luego, nada de lo señalado implica que la oposición vaya a tenerlo todo fácil, muy por el contrario. Aprovechar esta oportunidad requerirá de dosis enormes de talento político, para convertir un viento favorable en un proyecto político digno de ese nombre. Aquí reside el desafío: construir, a partir de una mayoría electoral, una coalición y un discurso que respondan a la situación de Chile. En último término, no se trata de derechas ni de izquierdas, sino del país: las múltiples crisis que enfrentamos se merecen una respuesta a la altura de las circunstancias, y la izquierda no supo elaborarla. Me parece que el gesto de Eduardo Frei debe leerse desde estas coordenadas. En lugar de rendirles culto a viejas lealtades, el exmandatario ha comprendido bien que los desafíos actuales del país no se juegan en la misma cancha que hace veinte o treinta años. La paradoja es que son precisamente aquellos que desahuciaron los treinta años —rompiendo las viejas lealtades— quienes más se desesperan de las consecuencias de su decisión. El gesto de Frei es simplemente el último episodio de una reconfiguración que otros impulsaron.

Con todo, el gesto es un respaldo y una advertencia, aunque esta segunda dimensión haya quedado oculta. Respaldo: no es trivial que un líder de la Concertación quede asociado así a la derecha. Advertencia: si Kast es electo presidente, no podrá gobernar desde una esquina, pues Frei lo invita a una empresa más amplia. El exmandatario cargó al candidato con una enorme responsabilidad: dejar de ser el jefe de una facción para transformarse en algo muy distinto, cuyos contornos aún están por dibujarse. En ese estricto sentido, la segunda vuelta bien puede ser una nueva elección.

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