Opinión
El fenómeno Kaiser

Las derechas han crecido tanto que se han dado el lujo de convertir la primera vuelta en una primaria a tres bandas. Desde luego, sabemos que una mayoría electoral puede ser muy volátil, y nada asegura que el sector sepa administrar la bonanza.

El fenómeno Kaiser

Johannes Kaiser se ha convertido en el hombre del momento: el diputado representa la novedad en una de las campañas más planas de nuestra historia reciente (probablemente sea necesario retroceder hasta la elección de 1993 para dar con algo semejante). El diputado nacional libertario ha logrado encarnar un momentum allí donde todos siguen un libreto estricto y planificado. Es cierto que su paso a segunda vuelta es muy improbable, pero su negocio va por otro lado. Por lo mismo, deberíamos tomarnos en serio el fenómeno más allá del resultado del 16 de noviembre: es evidente que Kaiser recoge algo que el sistema político apenas puede captar. Y, de hecho, ese “algo” excede su persona. Por de pronto, el diputado muestra que hay espacio para tres candidaturas competitivas de derecha. Si apenas cuatro años atrás el país parecía inclinado definitivamente a la izquierda, las cosas han cambiado velozmente. Es más, las derechas han crecido tanto que se han dado el lujo de convertir la primera vuelta en una primaria a tres bandas. Desde luego, sabemos que una mayoría electoral puede ser muy volátil, y nada asegura que el sector sepa administrar la bonanza. Con todo, el hecho central subsiste: el país nunca había estado más a la derecha.

Por otro lado, el auge de Kaiser revela que una porción relevante de chilenos aspira a cierta radicalidad. Kaiser responde a ese anhelo, y de allí su tono provocador: en varios temas, el diputado simplemente busca llamar la atención y ser lo más disruptivo posible. Debe agregarse que su pasado de youtuber lo ayuda a conectar con audiencias alejadas de la discusión política tradicional. Como fuere, en esa radicalidad residen las fortalezas y debilidades del candidato. Fortaleza: puede decir lo que quiera, pues nadie le pedirá cuentas. Debilidad: es virtualmente imposible que brinde gobernabilidad (después de todo, de eso se trata la elección). Para darse cuenta, basta mirar cuán estrecho es su equipo. Kaiser es un postulante solitario, demasiado solitario para aspirar a gobernar un país.

En todo caso, el tono provocador de Kaiser solo puede comprenderse a la luz de la actitud de sus contendores. Kaiser cosecha allí donde los otros candidatos se ven contenidos, tímidos y, en definitiva, temerosos de cometer errores. Jara, Matthei y Kast quieren que esto acabe cuanto antes. Jara porque lo pasa mal, Matthei porque nunca ha encontrado su lugar y Kast porque sus números llevan varias semanas a la baja. Por su lado, Kaiser disfruta cada jornada: para él, todo es ganancia. Los principales aspirantes no han podido —o no han querido— desplegarse, no dibujan horizontes ni encarnan esperanzas. Se ven estáticos, con escasa capacidad de movimiento; y el talento de Kaiser consiste en haber percibido tempranamente que allí había espacio.

Pero hay más. Kaiser representa también la perfecta antítesis del Frente Amplio. Si la nueva generación surgió hace más de diez años para remover los cimientos de la transición neoliberal y desafiar a todo el establishment político, su fracaso rotundo no podría sino producir el surgimiento de una alternativa análoga en la otra vereda. Supongo que esto no le gustará a ninguno de los dos, pero, en muchos sentidos, Johannes Kaiser es hijo de Gabriel Boric. El diputado representa la restauración del orden —sin contemplaciones de ninguna especie—, sabiendo que el actual mandatario vino a desafiar el orden en todas sus dimensiones. Kaiser no puede entenderse sin Boric porque son dos caras de la misma moneda, una acción y una re-acción. Romper la transición no podía tener efectos solamente en la izquierda. Como si esto fuera poco, la izquierda ya usó hace cuatro años la ficha del antifascismo.

Así las cosas, el fenómeno Kaiser abre al menos dos preguntas respecto del futuro de las derechas. La primera guarda relación con Chile Vamos. Todo indica que la noche del 16 de noviembre, la candidata de dicha coalición se encontrará con dos postulantes a su derecha que, en conjunto, sumarán 30 o 35 puntos. Esto modificará sustantivamente la configuración del sector. En Chile Vamos están los políticos más experimentados y los cuadros técnicos más duchos, pero el centro de gravedad habrá cambiado de lugar. El desafío para sus dirigentes es colosal, pues deberán sumar fuerzas con las otras derechas sin perder su identidad.

La segunda pregunta tiene que ver con José Antonio Kast. Durante varios meses, el mundo republicano vio con buenos ojos a Kaiser, pues les permitía alejarse del extremo (concepto necesariamente relativo). Sin embargo, esa estrategia le dejó un espacio libre al diputado, que no tardó en aprovechar. Al día de hoy, Kast es el candidato con mayores posibilidades, pero su postulación es más frágil de lo que parece: está rentando de su trabajo previo más que acumulando más capital político de cara a su eventual gobierno.

Como puede verse, Kaiser opera como revelador de las debilidades estructurales de nuestro cuadro. Sería un error quedarse en la crítica moralizante o en el escándalo (justificado) que producen sus múltiples provocaciones, pues lo decisivo pasa por comprender el fondo del fenómeno: la falta de discurso político pertinente de los principales conglomerados políticos.

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