Opinión
Chilea del Sur

Nuestra clase dirigente, enamorada de Estados Unidos o de Europa, no ve todavía el enorme y popular potencial que tiene apoyar e incentivar un mayor intercambio a nivel humano con Asia en general, y con las democracias asiáticas en particular.

Chilea del Sur

Un país antaño pobre y dividido hasta extremos políticos violentos que, sobre las bases institucionales establecidas por una cruenta dictadura capitalista auspiciada por Estados Unidos, logra en dos generaciones convertirse en una democracia próspera admirada por sus vecinos, pero aquejada por problemas de corrupción, polarización y desigualdad económica. ¿Chile? No, Corea del Sur. Pero los paralelos son tan interesantes que incitan tanta reflexión como confusión.

En Chile estamos acostumbrados a imaginar la dictadura de Augusto Pinochet como una versión autoritaria de los gobiernos de Ronald Reagan o Margaret Thatcher, pues nos pensamos como miembros plenos del mundo Occidental. Luego, resulta extraño concebir que Pinochet tenga más en común con Lee Kuan Yew de Singapur, Deng Xiaoping de China o los generales Park Chung Hee y Chun Doo-hwan de Corea del Sur. La verdad parece estar a medio camino: la República de Chile es, en el breve lapso de la historia moderna, una de las democracias antiguas de Occidente. Nos organizamos así antes que muchos otros países hoy desarrollados de Europa, y preservamos esa forma continuamente por periodos más largos que ellos. Sin embargo, al mismo tiempo, somos parte más del llamado “tercer mundo” que del primero. Y, aunque todos los países del este de Asia tienen una historia cultural e institucional más larga y profunda que la nuestra, la experiencia de modernización chilena en el siglo XX coincide más con ellos que con Europa o Estados Unidos.

El espejo asiático, entonces, nos viene mejor de lo que pensamos. Durante los años ochenta y noventa, época de tigres y jaguares, esto quizás fue más claro. La dictadura chilena siempre tuvo sus ojos al otro lado del Pacífico. Es famosa la gira asiática de Pinochet en 1980, abortada por las presiones de Carter sobre el dictador filipino Ferdinand Marcos. Pero menos conocida es la gira de José Toribio Merino a Corea del Sur en 1975, que abarcó reuniones con todas las altas autoridades, incluyendo a Park Chung hee. El caso del nexo de China con la dictadura chilena es sorprendente también. China fue el primer país en reconocer la legitimidad del régimen chileno, no recibió exiliados, vetó una condena de la ONU a Chile por violar derechos humanos e hizo un generoso préstamo a la dictadura. Y, a nivel ideológico, el capitalismo autoritario asiático no tenía pocos seguidores. Por ejemplo, el ministro Hernán Büchi siempre mostró admiración por Deng Xiaoping, a quien regularmente citaba.

Marcos cayó en 1986, Chun Doo-hwan en 1987. Tanto Filipinas como Corea del Sur giraron hacia regímenes democráticos, al igual que haría Chile poco después. Y el encanto se mantuvo. Por algo nuestro exPresidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle vive hoy con un pie siempre en Asia. Pero la crisis asiática de 1997-1998 supuso un duro golpe a esa relación, que se enfrió antes de comenzar a recuperarse durante los dosmil. Eso, hasta volverse incluso demasiado intensa en el presente, generando conflictos relativos a Chile entre Estados Unidos, nuestro principal inversionista, y China, nuestro principal socio comercial.

Hoy el nexo cultural entre Chile y Asia es cada vez más fuerte, y es una relación que va por delante y por encima de los gobiernos. El triunfo del grupo chileno “Soldier”, nacido en La Pintana, en el mundial de K-Pop llevado a cabo en Seúl en 2022 es la punta de un amplio iceberg. Nuestra clase dirigente, enamorada de Estados Unidos o de Europa, no ve todavía el enorme y popular potencial que tiene apoyar e incentivar un mayor intercambio a nivel humano con Asia en general, y con las democracias asiáticas en particular. Estas últimas no sólo operan como una “tercera vía” geopolítica en medio de la pugna entre Estados Unidos y China, sino que tienen mucho que ofrecer en términos de educación técnica y profesional a la juventud chilena. Y, a su vez, Chile no sólo es un lugar atractivo para la inversión asiática, sino un destino interesante para muchas personas que se sienten abrumadas por las exigencias vitales de las urbes transpacíficas, y que pueden ver en nuestra aproximación a la modernidad más individualista y desenfadada una oportunidad para explorar y emprender.

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