Esto no puede sino arrojar grandes dudas sobre la calidad de los aliados que ha tenido la causa palestina. Ella parece gozar de un amplio favor, pero hay que preguntarse qué clase de amigos son estos. La pregunta se responde de modo fácil en el caso de quienes incorporan a Palestina como un ingrediente más de la “omnicausa” por la que marchan, se sacan selfies y arman flotillas. Todo eso tiene más que ver con ellos mismos que con paz y justicia en Tierra Santa. Ni hablar de quienes en diversas ciudades del primer mundo organizan marchas para el 7 de octubre. Pero la pregunta debe también plantearse respecto de políticos y líderes de opinión que pretenden encarnar algo más serio.
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Mañana martes serán dos años del estremecedor ataque del 7 de octubre. Con sus más de 1200 asesinados, mujeres violadas, los aún secuestrados, las familias traumatizadas, el país sacudido, la fecha debe seguir resonando en nuestra memoria. Se puede decir muchas cosas sobre el contexto en que se inserta, pero nada que mitigue el horror perpetrado.
Aquel día, por otro lado, Hamas podía considerarse exitoso en más de un sentido. No solo había cumplido los objetivos recién nombrados, sino que logró así poner a Israel en la situación que conocemos: tenían ahora que proponerse la liberación de los secuestrados y la liquidación de la organización terrorista; pero con ella enquistada en cada rincón del territorio, sobre y bajo tierra, no había modo de que esa fuera una operación quirúrgica. La entrada a Gaza traería consigo la muerte de miles de militantes de la asociación islamista –de su número nunca se habla–, y también la de miles de civiles, el desplazamiento del resto y la ruina general. Por lo mismo, con la destrucción de Gaza se vendría también abajo la reputación internacional de Israel.
Como si eso fuera poco, hay que preguntarse si acaso un Estado palestino no se ha vuelto más improbable en el mediano plazo. Con la gran cantidad de países que declaran su reconocimiento, esta duda puede parecer demasiado pesimista. Pero lo cierto –dicho en dos palabras– es que Hamas es el único grupo organizado en ese territorio –con poder militar y una constitución–, y que no es fácil pensar cómo podría formarse otro liderazgo, genuinamente distinto, que sea aceptado por ellos. Mientras ese sea el caso, pocos países con algún peso darán pasos efectivos que empujen desde el reconocimiento nominal a la configuración de un verdadero país soberano. También eso parece haberlo destruido Hamas.
Esto no puede sino arrojar grandes dudas sobre la calidad de los aliados que ha tenido la causa palestina. Ella parece gozar de un amplio favor, pero hay que preguntarse qué clase de amigos son estos. La pregunta se responde de modo fácil en el caso de quienes incorporan a Palestina como un ingrediente más de la “omnicausa” por la que marchan, se sacan selfies y arman flotillas. Todo eso tiene más que ver con ellos mismos que con paz y justicia en Tierra Santa. Ni hablar de quienes en diversas ciudades del primer mundo organizan marchas para el 7 de octubre. Pero la pregunta debe también plantearse respecto de políticos y líderes de opinión que pretenden encarnar algo más serio. ¿Cuántos han tratado como problema prominente el lugar de Hamas, más allá de ocasionales condenas de la violencia? Un aliado genuino no está para reforzar la propia narrativa, sino también para levantar tan elementales preguntas.