Aunque uno podría quedarse en una lamentación algo estéril sobre el escaso peso simbólico que las mujeres han tenido en nuestra historia, la historiadora María Gabriela Huidobro sortea ese riesgo y nos entrega en Mujeres en la historia de Chile un libro valioso, entretenido y bien documentado. En él, la académica de la Universidad Andrés Bello intenta hacer justicia a tantas figuras femeninas que la historiografía ha relegado a un lugar secundario o, en el mejor de los casos, ha reducido a un puñado de anécdotas que no logran mostrar sus vínculos ni las luchas por las cuales se esforzaron.
Javiera Carrera no solo fue la hermana de los próceres de la Independencia o la fabricante de la primera bandera chilena; la vida de Carmen Arriagada significó mucho más para la cultura nacional que su relación con el pintor Mauricio Rugendas; la importancia de Eloísa Díaz excede el hecho de haber sido la primera mujer en titularse como médico en Chile. Aunque uno podría quedarse en una lamentación algo estéril sobre el escaso peso simbólico que las mujeres han tenido en nuestra historia, la historiadora María Gabriela Huidobro sortea ese riesgo y nos entrega en Mujeres en la historia de Chile un libro valioso, entretenido y bien documentado. En él, la académica de la Universidad Andrés Bello intenta hacer justicia a tantas figuras femeninas que la historiografía ha relegado a un lugar secundario o, en el mejor de los casos, ha reducido a un puñado de anécdotas que no logran mostrar sus vínculos ni las luchas por las cuales se esforzaron.
El cometido de Huidobro es ambicioso, y la autora lo ejecuta con rigor: contar cinco siglos de historia nacional poniendo el acento en las trayectorias de las mujeres que participaron en ella. El punto de partida, sin embargo, la obliga a explicitar los términos desde los cuales enfocará su tarea: debido a que los relatos oficiales suelen enfatizar la historia política y militar, es natural que las mujeres hayan jugado un rol secundario en ellos. A fin de cuentas, ellas han cargado sobre sus hombros gran parte del peso de lo doméstico, mientras que los hombres han concentrado la participación en la política, y las grandes masas de los ejércitos han estado constituidas por varones. Sin embargo, que la historiografía no ponga demasiada atención al papel de las figuras femeninas en la construcción de la nación no obsta que ellas hayan tenido un lugar muy importante en la historia, es decir, en los hechos que subyacen a lo que se ha escrito sobre ellos. Como dice la autora, “las mujeres siempre han intervenido en la historia, aunque no siempre hayan permanecido en el registro y relato de la misma. Y no han estado ahí de forma pasiva o solo como acompañantes: han sido agentes activas de cada proceso”.
Huidobro retrocede hasta la llegada de los españoles y se detiene en nueve grandes capítulos de nuestra historia colonial y republicana, desde Inés Suárez (y no “de Suárez”, como explica), hasta Gabriela Mistral. Cada uno de los periodos retratados aborda, a su vez, distintas facetas y personajes femeninos: las mujeres durante múltiples conflictos armados; las experiencias de las religiosas durante la colonia; las redes colaborativas en el ámbito cultural, político o intelectual; la búsqueda de un lugar en la vida universitaria; y la creciente búsqueda de mayores derechos y posibilidades de emancipación. En todos estos casos, Huidobro se apoya en experiencias de mujeres concretas, quienes le sirven para ilustrar cómo la mujer siempre ha estado presente.
Aunque la extensión y amplitud de referencias hacen imposible sintetizar un libro de esta naturaleza, quiero destacar tres elementos que me parecieron particularmente interesantes a la luz del Chile actual, donde los debates y reivindicaciones feministas se han vuelto tan protagónicos. En primer lugar, cabe resaltar la genialidad con la que la autora relata la participación femenina durante la conquista y la guerra de Arauco. A partir de crónicas, archivos judiciales y textos literarios como La Araucana, Huidobro desentraña los relatos de aquellos conflictos para destacar el rol que mujeres españolas, criollas y mapuche tuvieron en ellos. Casos como los de Tegualda o Janequeo, Catalina de Erauso o Mencía de los Nidos le permiten poner en primer plano la valentía y carácter con que tantas mujeres contribuyeron en la defensa de sus comunidades políticas. Son pocos los datos fidedignos que existen sobre las mujeres en la Colonia, pero todas estas referencias y menciones —muchas de las cuales utilizan los modelos de la poesía épica que sus autores, de origen europeo, conocían bien— le sirven a Huidobro para ofrecer al lector un relato que va mucho más allá de los puros hechos militares o políticos. La autora toca fibras donde la valentía, los vínculos familiares o sentimentales y el sentido del deber se encarnan en figuras femeninas que suelen relegarse a lugares secundarios. A pesar de que realiza un ejercicio equivalente con las guerras republicanas —contra la Confederación y la Guerra del Pacífico—, el modo en que los materiales literarios iluminan ese momento menos conocido de nuestra historia nacional vuelve especialmente atractivos estos capítulos de su libro.
Un segundo elemento que me parece destacable es el tono con que Huidobro describe la progresiva participación de las mujeres en la esfera política. Desde el temprano relato de Inés Suárez acompañando a Pedro de Valdivia en los albores de la Colonia hasta la activa participación de Elena Caffarena y su articulación de grupos de mujeres durante parte importante del siglo XX, Mujeres en la historia de Chile dibuja con precisión el creciente espacio en el cual las mujeres desplegaron sus inquietudes públicas. Como señala la autora al hablar de los albores del Chile republicano: “Aun cuando no tuvieran los mismos derechos de participación política que los hombres, era indiscutible que intervenían, de todos modos, en el quehacer ciudadano y cotidiano”. Si en el caso de Suárez o de Javiera Carrera, a comienzos de nuestra historia independiente, la participación femenina tenía mucho de gesta heroica, esa excepcionalidad se vuelve cada vez más frecuente cuando se fundan y mantienen espacios de educación femenina orientados a la formación intelectual y profesional. En su relato, además, destaca el vínculo entre ciertos espacios de encuentro, como fueron los salones, con una cada vez mayor actividad en la esfera pública. La organización, por tanto, alrededor de mujeres aristocráticas como Mercedes Marín o Carmen Arriagada, o luego en torno al Club de Señoras, fue mucho más que un intento por procurar espacios de vida social; se transformaron en verdaderos semilleros de desarrollo intelectual y en una posibilidad por canalizar su preocupación por los asuntos de la patria.
Esto se vincula con el tercer elemento que quisiera destacar, y que tiene que ver con la relación entre la apertura de espacios educativos cada vez más relevantes para las mujeres y el incremento en su participación pública y política. Si durante la colonia las instituciones educativas para las mujeres eran pocas y restringidas a unos cuantos conventos —espacios menos rígidos o silenciosos de lo que se piensa, donde circulaba mucha gente y la vida social entraba en tensión con la disciplina religiosa—, esto cambia luego de la independencia. El nuevo escenario político significó una apertura ideológica y educativa, junto con una disposición importar las ideas propias del iluminismo del Viejo Mundo. Así, de la mano de inmigrantes europeas como Fanny du Rosier o Mme. Whitelocke, religiosas como Anna du Rousier, y otros casos como el de las hermanas Cabezón, en el siglo XIX bullen múltiples proyectos que buscaron resarcir las desventajas educativas de las mujeres. En busca de una educación intelectual sólida y profunda, estas debieron hacer frente a la resistencia de ciertos grupos reacios al cambio y que veían en esta búsqueda riesgos incipientes para la estabilidad familiar.
Al concluir, la autora se arriesga con una valiente interpretación de Gabriela Mistral, la “mujer sin pañuelo”. A diferencia de ciertas interpretaciones recientes que buscan retratarla como una aliada de cierto feminismo autonomista y reivindicatorio del aborto, Huidobro muestra a la Premio Nobel desde la feroz independencia que siempre la caracterizó, y destaca cómo no tuvo problemas para separar aguas del movimiento feminista chileno. Al examinar los textos que la poeta publicó en diarios y revistas a lo largo del tiempo, la autora ve en Mistral a una intelectual, artista y docente que buscó siempre dignificar los oficios y la realidad de la mujer sin perder de vista sus rasgos únicos y distintivos. En sus palabras, “lo suyo no pretendía ser feminismo en pleno sentido, pues Gabriela veía con preocupación que la tendencia hacia la igualdad anulara lo que era propio de la naturaleza de la mujer”.
Mujeres en la historia de Chile no se enreda en disquisiciones teóricas ni en discusiones académicas, pues prioriza el relato de los hechos en una prosa limpia y fluida, limitándose a consignar en notas al final de cada capítulo las fuentes utilizadas en su investigación. Desde las parteras coloniales del mundo popular hasta las monjas de claustro, las aguateras de la Guerra del Pacífico, las anfitrionas de salones o las estudiantes universitarias acompañadas de chaperonas, María Gabriela Huidobro entrelaza finamente estos hilos para tejer una historia de las mujeres donde no queda duda el rol crucial que estas han jugado y seguirán jugando en el derrotero nacional.