Opinión
Una elección decisiva

El caso venezolano nos permitirá confirmar que el PC tiene escaso aprecio por las instituciones propias de la democracia occidental. Si el gobierno se ve impelido a defender esas instituciones contra la “deriva autoritaria”, se la hará difícil hacerlo con la fuerza debida si, en su propia coalición, hay voces disonantes

Una elección decisiva

Es difícil sobreestimar la importancia de la elección que tiene lugar hoy en Venezuela. Se trata de un día crucial, y el destino puede inclinarse en direcciones diametralmente opuestas: transición pacífica a la democracia o radicalización del despotismo. Por lo demás, los comicios tendrán efectos sobre todo el continente, cualquiera sea el resultado. Hace ya varios años que la crisis venezolana se transformó en una crisis regional de gran alcance, de la que nadie puede desentenderse.

Por de pronto, Venezuela es la principal causa de la colosal presión migratoria que sufren varios países de la zona. Los venezolanos que han arrancado de su patria se cuentan por millones; y cabe suponer que ese número sólo se acrecentará si Nicolás Maduro se mantiene en el poder. Son dimensiones difíciles de concebir y que, a su vez, producen enormes dificultades en los países que reciben ese exilio forzado. Guste o no, nadie está preparado para recibir tal cantidad de personas, sabiendo que Venezuela no presta ninguna colaboración a la hora de entregar antecedentes o facilitar regresos.

En cualquier caso, esto nos conduce a otra pregunta, que tiene que ver con la larga duración del régimen. Después de todo, si un país genera un problema regional de esta entidad, uno podría haber esperado una presión mucho más fuerte de los afectados en orden a evitar los desplazamientos masivos. Si el vecino le produce problemas graves, usted hace todo lo posible por resolverlos. En este punto, debe decirse que —más allá de los errores cometidos por la oposición venezolana— el chavismo contó, durante demasiado tiempo, con muchos aliados. Este hecho debe ser notado: una porción significativa de la izquierda latinoamericana (y mundial) miró con benevolencia al régimen. Era un sistema distinto, un horizonte alternativo, un socialismo para el siglo XXI, una lucha contra el imperialismo, y también un proveedor de dinero fresco: el extravío de cierta izquierda con el régimen no puede sino recordar los errores cometidos en el siglo XX a la hora de llamar tiranía a la tiranía. Es una buena noticia que pocos mantengan esa posición, pero no deberíamos olvidar que esa complacencia permitió que se fraguara una dictadura de la peor calaña, dispuesta a asesinar disidentes en territorio extranjero.

Ahora bien, es innegable que el régimen ha perdido apoyo. Incluso Lula, acaso su aliado más fiel y perseverante, ha tomado distancia de Nicolás Maduro. Es cierto que tuvo que esperar que el mandatario prometiera “un baño de sangre” en caso de derrota, pero más vale tarde que nunca. En cualquier caso, la señal del líder brasilero está lejos de ser anecdótica, porque la presión internacional jugará un papel decisivo en la continuación de la historia. En efecto, la unidad de los dirigentes regionales será fundamental a la hora de garantizar tanto los resultados como la validez del procedimiento, a sabiendas de que Maduro ha hecho —y seguirá haciendo— todo lo posible por torcer las reglas. Por mencionar solo dos ejemplos, los venezolanos residentes en el extranjero están virtualmente impedidos de ejercer su derecho, y el régimen no ha permitido el ingreso de diversos observadores internacionales (dos senadores chilenos fueron deportados, pero Karina Oliva llegó sin problemas). En el fondo, Maduro es plenamente consciente de que se juega la vida en la contienda, y no cabe duda de que aprovechará cualquier oportunidad para perpetuarse en el poder.

En este contexto, la actitud de Chile no será irrelevante. Sin embargo, acá nos encontramos con un problema. Es innegable que el presidente Boric ha sido severo con el régimen venezolano, pero es evidente que su postura introduce tensiones en su coalición. De hecho, nunca ha hablado de dictadura, prefiriendo eufemismos del tipo “deriva autoritaria”. Además, las palabras del presidente no han ido acompañadas de acciones enérgicas y proporcionales a los agravios recibidos. Lo menos que puede decirse es que nuestra diplomacia ha sido lenta y cansina. Cabe suponer que, en esta materia, el mandatario ha querido evitarse problemas con el partido comunista: alguna libertad discursiva, pero suma prudencia a la hora de tomar medidas (nota de protesta como máximo). Puede pensarse que será difícil, o derechamente imposible, conservar ese equilibrio en los días venideros.

Por cierto, no se trata de un mero desacuerdo táctico entre socios de coalición, sino de algo más profundo. En rigor, en esta materia hay una discrepancia fundamental, que guarda relación con la lealtad con las reglas democráticas. El caso venezolano nos permitirá confirmar que el PC tiene escaso aprecio por las instituciones propias de la democracia occidental. Si el gobierno se ve impelido a defender esas instituciones contra la “deriva autoritaria”, se la hará difícil hacerlo con la fuerza debida si, en su propia coalición, hay voces disonantes. Para decirlo en simple, el compromiso democrático también se revela en la elección de socios políticos. ¿Estará dispuesto nuestro presidente a romper con la cárcel mental que impone el PC sobre parte de la izquierda? Esta es la gran pregunta que Gabriel Boric no podrá seguir eludiendo. Es difícil sobreestimar la importancia de la elección que tiene lugar hoy en Venezuela.

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