Opinión
La derecha no es woke

Las nuevas derechas se erigen como una reacción al progresismo y a la ideología woke, lo que implica ejercer prácticas políticas similares. Pese a eso, el discurso de estas nuevas derechas parece estar orientado a demandas mayoritarias como seguridad, economía y delincuencia.

La derecha no es woke

Derecha radical, extrema, identitaria y, ahora, woke. Estas son algunas de las etiquetas que se han utilizado para describir a las nuevas corrientes de derecha que han emergido en los últimos años. Ante su irrupción, algunos analistas han intentado caracterizarlas recurriendo a conceptos que difieren entre sí. Esto guarda cierta similitud con lo que el teólogo R.R Reno describe en su obra El retorno de los dioses fuertes: aunque están surgiendo fenómenos vinculados a dinámicas del siglo XXI, se insiste en analizarlos con categorías que les son ajenas. Un ejemplo de esto es lo que hizo Carlos Peña cuando afirmó, en su columna en El Mercurio hace algunas semanas, que la nueva “derecha woke” podría abrir la puerta al fascismo. 

Sin embargo, parece que las nuevas derechas no pueden ser presentadas fácilmente en esos términos, pues responden a otras lógicas en la teoría y la práctica. Sus actitudes pueden tener múltiples problemas, pero difieren del escenario descrito por Peña. En primer lugar, a diferencia del wokismo, no se inspiran en una construcción teórica reciente nacida en altas esferas académicas con el propósito de cambiar el estatus quo en favor de ciertas minorías. En segundo lugar, aunque estas nuevas fuerzas reaccionan ante los movimientos y partidos que abrazan la ideología woke, proponen lo contrario: un regreso abrupto en materia de igualdad ante la ley en materias identitarias, junto a una reducción del Estado. De ese modo, si el progresismo woke intenta alterar la igualdad de la ley en beneficio de ciertos grupos, estas nuevas derechas promueven volver a ese principio sin pensar en las consecuencias colaterales.

Si bien cada movimiento tiene sus particularidades, su ideario y sus liderazgos, podría decirse que a estas nuevas derechas las inspira una reacción política ante el desplazamiento de la derecha tradicional hacia el centro. Al dejar a un sector del votante de la derecha descontento, diferentes partidos han intentado atraer a ese electorado por medio de la defensa férrea de principios que moldean su actuar y que los ha llevado a cultivar una praxis política beligerante. Esta actitud tiene algunos elementos identitarios, pero no imita las prácticas del wokismo destinadas a transformar la institucionalidad en favor de minorías. Así, el Partido Republicano busca representar a los sectores más conservadores, el Partido Nacional Libertario a los grupos de libertarios que han surgido en la última década en Chile, y el Partido Social Cristiano a los sectores evangélicos y similares. Pese a sus diferencias, todos estos partidos suelen ser tratados en un grupo porque comparten una disposición vital: reivindican el conflicto que forma parte de la política (el polemus), por sobre la disposición a los acuerdos. 

Desde luego, lo anterior produce tensiones. Las nuevas derechas se erigen como una reacción al progresismo y a la ideología woke, lo que implica ejercer prácticas políticas similares. Pese a eso, el discurso de estas nuevas derechas parece estar orientado a demandas mayoritarias como seguridad, economía y delincuencia. Por otro lado, han logrado captar mayor apoyo en los sectores más vulnerables de la población, a diferencia del wokismo que suele permear en ciertas élites cosmopolitas. Su dificultad, por tanto, estará en poder responder desde lo técnico a estos sectores, si es que alguna vez llegan al poder.

En resumen, hay que tener presente que calificar de woke a las nuevas derechas es una táctica política más que un instrumento de análisis certero. Las nuevas derechas bien lo saben, pues han aplicado esta estrategia al calificar a Chile Vamos de derecha sin convicciones, y también lo ha hecho Chile Vamos al tildarlos de extrema derecha para quedar ellos como los moderados. Las etiquetas, en muchos casos, impiden comprender la complejidad del fenómeno que se encuentra detrás. En lugar de intentar relacionar estos nuevos movimientos con términos que resulten conocidos y publicitarios, sería mejor describirlos utilizando las categorías adecuadas, aunque esto implique un ejercicio más complejo y menos popular. 



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