''Primero, los partidos proclamaron a Evelyn Matthei. Ahora, se dan cuenta de que, quizás, fue una mala decisión, y se aprestan por tanto a inventar postulantes que enfrentarán una situación algo ridícula: competir con la exalcaldesa al mismo tiempo que reconocen que es la mejor carta''.

La derecha enfrenta una situación inédita en la historia de Chile: a menos de un año de la elección presidencial, sus distintas candidaturas presidenciales suman algo así como 60% en los sondeos. Desde luego, esos números no pueden adicionarse mecánicamente, porque representan a mundos y sensibilidades que no necesariamente convergen. Sin embargo, sería igualmente absurdo ignorar el dato: el país está (muy) inclinado a la derecha. La primaria oficialista tiene su atractivo, pero es evidente que, en el fondo, no pasa de ser una disputa por la hegemonía posderrota. Solo un motivo de ese tipo puede, por ejemplo, explicar la candidatura de Paulina Vodanovic. Si la victoria estuviera en el horizonte, es evidente que el Socialismo Democrático habría tomado otras decisiones.
Si lo anterior es plausible, la responsabilidad de las derechas es gigantesca. Por de pronto, ganar la elección (que nunca está completamente asegurada). Pero ese es el piso: tanto o más importante es construir un proyecto que ofrezca gobernabilidad a partir de esas cifras. Con la base de apoyo que indican las encuestas, es posible (y necesario) pensar en algo más que la mera administración. Con todo, eso requiere condiciones. La primera es parlamentaria, pues las derechas están en situación de obtener —por primera vez— mayoría en ambas cámaras. Hay que añadir una dimensión cultural: el período de campaña debe servir para sentar las bases que luego permitan orientar al país en alguna dirección. Esta cuestión es decisiva, porque ganar elecciones no resulta demasiado difícil: lo realmente arduo es gobernar después. La fecha verdaderamente importante es el 12 de marzo de 2026.
A partir de lo señalado, surge una pregunta evidente: ¿están las distintas derechas preparadas y conscientes de lo que viene? La interrogante admite respuestas diferenciadas. Es obvio que el mundo de Johannes Kaiser no parece realmente preocupado por estas cuestiones, pues su negocio es otro. El Partido Republicano, por su parte, ha decidido ir a primera vuelta, pero su tono en algunas discusiones (por ejemplo, en reforma de pensiones) permite dudar de su auténtica vocación de gobierno: su lógica es más impugnadora que otra cosa, y no aspiran a construir mayorías amplias.
La pregunta, entonces, cobra especial relevancia de cara a la derecha que realmente aspira a gobernar y que tiene a la candidata que lidera hace meses todos los sondeos: Chile Vamos. No hay que engañarse: guste o no, la responsabilidad a la que hemos aludido recae principalmente en este sector (dado que el mundo republicano, lamentablemente, no quiere asumir ninguna). Son los partidos de Chile Vamos los encargados de construir una plataforma programática y el clima propicio para hacerse cargo de todos los desafíos. Llegados a este punto, nos encontramos con una situación difícil de comprender. Por un lado, los partidos están (relativamente) ordenados, hay un puñado de parlamentarios talentosos y una masa crítica alrededor que, en principio, autoriza a suponer que el sector está bien preparado. Y, sin embargo, la conducción política ha sido bastante discreta, por decir lo menos. Desde luego, el primer dato es evidente: la candidatura no tiene diseño alguno en términos de manejo de agenda y prioridades. No hay coro que la siga, todas las intervenciones parecen improvisadas y ni siquiera sus partidarios alcanzan a explicarlas (la semana recién pasada fue un delirio desde esta perspectiva). En otras palabras, el caos es total, e incomprensible de cara a la magnitud de los desafíos involucrados.
En cualquier caso, la dificultad no concierne solo a la candidata, sino también a los partidos. La discusión en torno a las elecciones primarias lo confirma. La pregunta por la pertinencia de participar o no en dicha instancia ronda hace tiempo: ¿qué tan razonable es restarse y regalarle espacio al oficialismo? ¿O no convendría, más bien, aprovechar esa oportunidad y movilizar al electorado propio? Las dos alternativas son legítimas, y hay buenas razones de lado y lado. Por lo mismo, lo importante no es tanto la decisión que se tome, sino que esta responda a un diseño general. En respuesta, Chile Vamos ha ofrecido todo lo contrario. Primero, los partidos proclamaron a Evelyn Matthei. Ahora, se dan cuenta de que, quizás, fue una mala decisión, y se aprestan por tanto a inventar postulantes que enfrentarán una situación algo ridícula: competir con la exalcaldesa al mismo tiempo que reconocen que es la mejor carta. Como puede verse, no hay consistencia alguna.
Si la derecha no corrige cuanto antes la sensación de que está reaccionando sin reflexionar a una coyuntura que no conduce —ni quiere conducir—, debe decirse que el escenario será cada vez más oscuro. El riesgo no es solo la elección presidencial, sino la capacidad de gobernar con un mínimo de éxito. La situación puede describirse como sigue: la derecha tiene, como nunca, la oportunidad de dibujar un horizonte de sentido para un país sumido en diversas crisis; y, como siempre, se apresta a desaprovecharla y enredarse en minucias. Si sus principales dirigentes (incluyendo a la candidata) no asumen un liderazgo efectivo, la ocasión puede desvanecerse como arena entre las manos. Chile merece algo más que este festival de improvisaciones.