El Presidente estuvo dispuesto a protagonizar una improvisada performance personal, con todos los riesgos involucrados, con el fin de levantar toda sospecha respecto de sí mismo. El Presidente dio una conferencia de prensa de cincuenta minutos para cuidar su inocencia, para demostrar que Gabriel Boric sigue siendo Gabriel Boric.
“Es tiempo de cuidar nuestras instituciones”, afirmó el Presidente Boric la mañana del jueves, comentando la destitución del juez Sergio Muñoz. La frase no dejaba de ser extraña, no solo por la cantidad de acusaciones constitucionales que el diputado Boric votó favorablemente, sino también por el tono. En efecto, al mismo tiempo que llamaba a cuidar las instituciones, el mandatario hablaba más como líder partidista que como jefe de Estado, contribuyendo así a perpetuar la polarización que tiene intoxicado al sistema político.
Pero hay más. Al momento de pronunciar la frase, el Presidente ya estaba informado de la grave denuncia contra el subsecretario Monsalve. Y, de hecho, a esa misma hora, Monsalve estaba participando en una sesión del Congreso, como si una acusación de ese calibre fuese políticamente inocua. Hay que tomarle el peso a este hecho: el jueves por la mañana, el Gobierno hacía como si nada: el mandatario enfrascado en una disputa con el Congreso, y el subsecretario participando de una instancia rutinaria en el Parlamento. Es tiempo de cuidar nuestras instituciones.
A las pocas horas, el caso salió a la luz pública, y el subsecretario presentó su renuncia en el Palacio de la Moneda. Surge de inmediato una pregunta: ¿por qué la salida de Monsalve tiene lugar después de que la prensa revelara el caso? ¿No hay allí una negligencia grave en un Gobierno que enarbola al feminismo como bandera? ¿Participó la ministra Orellana de esa decisión? Puede ser comprensible la necesidad de recabar antecedentes, pero la prudencia más elemental exige disminuir al máximo la presencia pública del subsecretario. Es tiempo de cuidar nuestras instituciones.
Con todo, lo más grave vendría al día siguiente. El viernes, el Presidente decidió dar una inédita conferencia de prensa, de cincuenta minutos, en la que detalló —o intentó detallar— la secuencia de los hechos. El mandatario se dio el lujo de narrar pormenores del caso, que son completamente ajenos a su investidura. Logró así una proeza digna de destacar: en lugar de limitar los daños y poner distancia con las inevitables esquirlas del caso, decidió multiplicarlas al infinito. La conferencia será recordada por décadas como un ejemplo de aquello que un Presidente no debe hacer: llevar todos los problemas a su persona y su despacho. Dado que la decisión fue tomada por el propio mandatario —su jefa de prensa intentó disuadirlo al menos en dos ocasiones— no es posible responsabilizar a nadie más. Es tiempo de cuidar nuestras instituciones.
¿Por qué el mandatario decidió hablar largo y tendido sobre una cuestión tan delicada? La pregunta podría parecer baladí. No obstante, me parece que es crucial formularla del modo más riguroso posible si acaso queremos comprender la situación del Gobierno. Después de todo, Gabriel Boric es un político talentoso que conoce su oficio. Por lo mismo, un error de este calado no es el resultado de la simple inadvertencia. Muy por el contrario, se trata de algo más profundo: el mandatario obedeció a lo que considera un imperativo categórico, constitutivo de su identidad política. El Presidente estaba haciendo algo importante. De allí el modo enfático en que repitió una y otra vez que contestaría todas las preguntas —hasta el punto de leer mensajes desde su aparato— para intentar probar su inocencia. El mandatario quería despejar todas las dudas, mostrar sinceridad total, en definitiva, ser auténtico. Si el episodio estaba poniendo en duda el compromiso de su persona con la transparencia y la causa feminista, él mismo tenía que poner su testimonio en juego. El Presidente estuvo dispuesto a protagonizar una improvisada performance personal, con todos los riesgos involucrados, con el fin de levantar toda sospecha respecto de sí mismo. El Presidente dio una conferencia de prensa de cincuenta minutos para cuidar su inocencia, para demostrar que Gabriel Boric sigue siendo Gabriel Boric. Es tiempo de cuidar nuestras instituciones.
Alguien podría afirmar que el mandatario hizo lo correcto si tenemos a la vista la desconfianza generalizada. En esa lógica, necesitamos una honestidad descarnada, y él estuvo dispuesto a responder todas y cada una de las preguntas. Nunca habíamos tenido un Presidente tan sincero, tan honesto y, sobre todo, tan inocente. Sin embargo, el argumento falla precisamente porque el asunto no es tanto personal como institucional. Al referirse de ese modo al caso Monsalve, el mandatario olvidó que no se representa a sí mismo, sino a la Presidencia de la República. La razón es bien simple: ¿qué ocurre si su sinceridad no persuade, si su versión deja más dudas que certezas y si abre flancos adicionales? ¿El Presidente volverá a hablar una, dos o tres horas para aclararlo todo, para volver a mostrar que no tiene nada que esconder? ¿No hay allí una visión algo ingenua de la política? ¿No está confundiendo el Presidente su subjetividad con su investidura? ¿Estará dispuesto Gabriel Boric a aceptar que, en política, nadie es completamente inocente? Es tiempo de cuidar nuestras instituciones.