" No es novedad que en Estados Unidos y el mundo estamos volviendo a un clima de violencia política como el de cinco décadas atrás (...) Pero cuando la víctima no es un político profesional y se encuentra hablando en la universidad, se da un paso más. ¿Llegamos así a un punto de inflexión?".
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A comienzos de la semana pasada circulaba por redes sociales la imagen de una joven ucraniana, Irina Zarutska, asesinada sin razón mientras miraba su teléfono en el metro. Era en Charlotte, Carolina del Norte, y el asesino tenía un amplísimo historial delictivo. Quienes seguían la historia no podían sino montar en indignación contra el silencio de los medios de comunicación, que se resistían a transmitirla para no levantar el odio racial. Luego comenzó a circular otra toma, en que se puede ver el resto del vagón: no iba vacío como uno hubiera imaginado, sino con un puñado de otros pasajeros que miraban hacia el lado. El problema residía no solo en el criminal y en los medios de comunicación, sino también en ciudadanos indiferentes. Si el asesino realizó el acto de Caín, los ciudadanos vivían según sus palabras: "¿Acaso soy yo guardián de mi hermano?".
Para muchos el caso de Zarutska parecía ya constituir un "momento George Floyd", ocasión para un giro radical. Pero aún circulaban las imágenes de este asesinato cuando el miércoles se produjo también el de Charlie Kirk. Por un buen tiempo, Kirk había dado nuevo vigor a la derecha en los campus universitarios. Con una franqueza que puede ser provocadora, discutía desde el derecho a portar armas hasta la transexualidad. Respondía cada pregunta imaginable. En sus últimos años lo inspiraba de modo notorio su fe cristiana (antes representaba una derecha más puramente libertaria), pero los argumentos eran accesibles para todos. Apostaba por el carácter indispensable de la discusión entre los que disienten: un matrimonio que no conversa se disuelve, y lo mismo ocurre con una civilización que sigue esa ruta.
No es novedad que en Estados Unidos y el mundo estamos volviendo a un clima de violencia política como el de cinco décadas atrás. Piénsese en el intento de asesinato de Trump o en el efectivo asesinato de la legisladora demócrata Melissa Hortman y su esposo. Pero cuando la víctima no es un político profesional y se encuentra hablando en la universidad, se da un paso más. ¿Llegamos así a un punto de inflexión? El año 2012, Kirk había fundado Turning Point USA -literalmente "Punto de inflexión"-, una organización por la que han pasado cientos de miles de jóvenes. Los que tenemos algunos años, sospecho, apenas captamos el hito que constituirá su trágico asesinato. Para ellos y muchos otros norteamericanos, el punto de inflexión parece haber llegado.
La gran pregunta, si así fuere, es cuál va a ser su carácter. Honrar a personas como Zarutska y Kirk supone no dejarse llevar por discursos inflamados, por odio irreconciliable y ambiente de guerra civil. Puede haber un momento de catarsis, pero una cultura de catarsis no acaba en más que autodestrucción. La respuesta, más bien, tiene que encontrarse en un Estado fuerte, capaz de imponerse sobre los violentos, y al mismo tiempo una cultura del desacuerdo civilizado. Esa cultura supone recordar que las palabras, la discusión y la crítica no son violencia, y requiere dejar de tratar al rival político y cultural como amenaza existencial. De lo contrario, siempre hay alguien dispuesto a sacar las consecuencias.