Opinión
Todos éramos migrantes

Es posible apoyar cuotas importantes de inmigración y al mismo tiempo ser conscientes de los problemas que genera. Y esa era una actitud mucho más útil para los extranjeros que ellos decían defender.

Todos éramos migrantes

Innumerables libros se podrían escribir con los tuits del frenteamplismo apoyando la inmigración descontrolada. Para ellos la llegada de extranjeros era solo riqueza cultural; nuevas comidas y bailes que disfrutar. Gozando la alegría caribeña y llenos de un racismo encubierto, nos decían que la morenidad hermosa arreglaría nuestra raza y nos haría un mejor país. Más abierto al mundo, más cosmopolita, más parecido a las ciudades diversas donde ellos sueñan con vivir; incluso, con mejores deportistas. “Uno de los problemas en Chile es que hay muchos chilenos. Bienvenidos inmigrantes!” decía el entonces diputado Boric por redes sociales. Pura buena onda.

Cualquier reparo sobre la inmigración era denunciado como xenofobia y discriminación. Sugerir que la llegada masiva de extranjeros podía traer problemas era mero racismo. Recuerdo los gritos en el cielo cada vez que alguien osaba decir que el derecho humano a inmigrar era un asunto que no estaba zanjado en ningún lado. Y para rebatir mostraban evidencia de estudios (desactualizados) que decían que la migración no generaba ningún impacto negativo en salud, educación y seguridad, al contrario. Pura buena onda, nadie es ilegal. 

Aunque encuestas serias muestran que la percepción de conflicto entre chilenos e inmigrantes viene creciendo fuerte desde hace varios años, sobre todo en los sectores más vulnerables, la explicación siempre era la misma: ninguneo a los más pobres. “No saben lo que piensan”; “se quedan con lo que dice la tele”; “los datos muestran lo contrario” y así. Nunca pensaron que quizás ahí se incubaba un problema real; que es muy distinto vivir la inmigración desde Plaza Ñuñoa que vivirla desde Lo Espejo; que el mozo venezolano que te atiende espectacular en tu café del Barrio Italia no es el mejor termómetro para medir la relación entre chilenos e inmigrantes. 

Es posible apoyar cuotas importantes de inmigración y al mismo tiempo ser conscientes de los problemas que genera. Y esa era una actitud mucho más útil para los extranjeros que ellos decían defender. Quienes sufren los efectos de la migración también son los inmigrantes. En su libro Extraños entre nosotros (IES, 2022), David Miller sugiere que la aproximación a la inmigración tiene que ser realista y política. Por un lado, las autoridades deben saber que las buenas intenciones no alcanzan. Los estados no pueden recibir a todos quienes quieran entrar. Por el otro, es crucial poner atención a los problemas que emergen del encuentro entre chilenos y extranjeros. En el frenteamplismo nunca quisieron ver nada de esto; prefirieron negar el problema, taponear lo que hiciera el gobierno anterior y tratarnos a todos de racistas. Recuerdo que hace un par de años en la radio, el actual director de Extranjería, Luis Thayer, decía “no hay ningún país del mundo que haya entrado en crisis por la migración”. Pura buena onda, dile no al racismo. 

Ahora el oficialismo cambia radicalmente de opinión. ¿Hay que alegrarse? Algunos dicen que están aprendiendo, que no nos quedemos entrampados en declaraciones pasadas, que ya van a madurar. Gabriel Boric despertó, ahora sí que sí. Pero el asunto es más complejo. Si este repentino realismo es solo una estrategia circunstancial, será muy difícil retroceder nuevamente hacia donde estaban hace algunos años. Si es un cambio de opinión que se traduce en algo más que “no vamos a permitir [inserte la indignación del momento]”, van a tener que hacer calzar ideas antiguas y nuevas que son imposibles de reconciliar. En la práctica no ha cambiado nada. Basta ver la discusión sobre voto migrante, donde el gobierno intenta modificar las reglas electorales a última hora porque temen que los extranjeros voten por la derecha. 

La oposición tiene que tratar de ir un paso más allá y exigir justificaciones y argumentos a todos estos cambios. Es importante que el oficialismo explique en qué cree ahora. ¿Cuál es su posición sobre el derecho humano a inmigrar? ¿Cuál es su explicación al aumento de conflictos entre chilenos y extranjeros? ¿Cuándo hay racismo y cuándo no? ¿Cómo entendemos las percepciones en contra de la inmigración de altos porcentajes de chilenos? 

Es probable que sigamos esperando eternamente y que estas respuestas nunca lleguen, pero formularlas obliga a que al menos sean parte del debate. Los intentos desesperados del frenteamplismo por cambiar el pasado e inventarse un lugar más digno del que tuvieron como oposición no pueden salir gratis. Renegar gradualmente de las principales promesas de campaña tampoco. Los costos de las volteretas y las improvisaciones los terminamos pagando todos. 

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