Opinión
Pelear, educar, informar e influir

Esta multiplicidad de alternativas para informarnos ha ido de la mano con lo que Sepúlveda afirma que es, en nuestros días, una gran crisis de la profesión: crisis económica para la industria, precarización laboral de sus empleados, baja credibilidad de los medios.

Pelear, educar, informar e influir

Sobre Historia del periodismo en Chile (Sudamericana, 2024), de Alfredo Sepúlveda.

Arma de la política, instrumento para la educación de las masas, vehículo de la verdad objetiva o herramienta para fiscalizar a los poderes del Estado. A lo largo de nuestra vida republicana el periodismo se ha comprendido de distintas maneras, aunque una constante en esta historia ha sido la intensa y no siempre fácil relación que este oficio ha mantenido con el poder. En su reciente y ambiciosa Historia del periodismo en Chile, el escritor Alfredo Sepúlveda nos relata de manera entretenida y equilibrada el devenir que han debido sortear medios y periodistas desde que, en los albores de la Independencia, Camilo Henríquez comandara con ímpetu revolucionario la labor de la Aurora de Chile. Al mismo tiempo, las pugnas entre el gobierno del presidente Boric con los medios o el rol que el periodismo puede jugar cuando explotan acusaciones masivas de corrupción, como lo hemos visto estas semanas, hacen que estas reflexiones gocen de particular actualidad.

El libro sigue de manera cronológica los principales hitos de esta historia hasta llegar a nuestros días. El ejercicio es difícil, pero Sepúlveda logra su cometido de manera más que satisfactoria. Así, conocemos las peripecias del ya mencionado Henríquez, de Andrés Bello, Francisco Bilbao, los distintos Agustín Edwards, Luis Emilio Recabarren o Darío Sainte Marie a la hora de fundar, dirigir o escribir en diversos medios, aunque también le sigue los pasos a personajes menos conocidos que estuvieron detrás de proyectos que aún resuenan en nuestra memoria, como El Chileno, El Ferrocarril, El Diario Ilustrado, Zigzag o El Peneca, entre muchos otros proyectos informativos que pueblan las páginas de este libro. El centro, eso sí, está puesto en la relación que el periodismo ha tenido con la política, un vínculo que nunca ha sido sencillo, pues la censura o las amenazas de los órganos de poder siempre han tendido a aparecer cuando la divulgación o el análisis de los engranajes del Estado o de hechos poco decorosos de los dirigentes asoman en páginas y pantallas. 

Todos los grandes hitos de nuestra historia republicana han sido observados y analizados por los medios de comunicación. La independencia y sus guerras, la inestabilidad del siglo XIX y la incipiente institucionalización política de Chile se reflejará en las diversas empresas periodísticas que, en esos primeros años de vida republicana, estarán íntimamente atadas a personas concretas. El paso del tiempo, empero, verá aparecer proyectos más complejos y ambiciosos, con El Mercurio de Valparaíso y El Ferrocarril como emblemas de una nueva época. De manera paulatina, ellos serán ejemplo de un nuevo modo de hacer periodismo, donde todo gira en torno a la importancia de la noticia, de los hechos novedosos que se deben comunicar a un público amplio. Ese quehacer, además, hará que cobre importancia un nuevo tipo de profesional: los reporteros. Ellos ya no podrán dedicarse puramente a la difusión de ideas o a la publicación de noticias recibidas desde el extranjero, sino que deberán salir a buscar las novedades para poder transmitirlas, con premura, a sus lectores. Este tipo de oficio es al que Sepúlveda parece tener mayor simpatía: un periodismo informativo y con pretensión de objetividad, que cree en la posibilidad de mostrar los hechos y después, solo después, interpretar qué está pasando en la sociedad. 

Un cambio particularmente relevante vendría aparejado con la Guerra del Pacífico, no solo por la necesidad de los medios por informar acerca de un conflicto que sucedía en un lugar particularmente lejano en términos geográficos. Sobrevino también por estos años un sentimiento patriótico —a ratos patriotero, en palabras del autor— que se exacerbó en la opinión pública y que buscó apoyar la causa chilena contra Perú y Bolivia a partir del relato de los hechos de la guerra, recabados por los corresponsales. En este escenario —y atada al desarrollo de técnicas gráficas que permitían la inclusión de caricaturas y dibujos—, para Sepúlveda adquiere una particular relevancia la prensa satírica: al ser los periódicos una herramienta de lucha política, la burla contra el adversario se convirtió en un elemento central del periodismo. Ya sea contra Balmaceda, las élites económicas o la jerarquía católica, hubo una amplia tradición de periódicos que, desde la virulencia y mordacidad, llegaron a las audiencias con bastante éxito. Sin embargo, el autor no escatima las críticas a este tipo de publicaciones, las que tuvieron también su cuota de responsabilidad al horadar la convivencia democrática durante los sesenta y principios de los setenta. 

Esta historia también es un relato de una creciente complejización del panorama periodístico: si en los años de la independencia esta labor la ejercían solo unos pocos medios impresos, producidos en precarias máquinas importadas del extranjero, el paso del tiempo permite que la tecnología modifique por completo el escenario e introduzca nuevos actores en él. La inmediatez del telégrafo, la masividad que permiten imprentas más grandes y rápidas, la posibilidad de transmitir voz y música con la radio y, luego, imágenes con la televisión, y para qué decir la irrupción de internet, lo cambian todo. La sofisticación tecnológica irá de la mano, a lo largo del siglo XX, con una mayor profesionalización de tareas que hasta entonces se aprendían a pulso. De ese modo, la organización de congresos, la creación de gremios y la instauración de la carrera de Periodismo en muchas universidades durante la segunda mitad del siglo pasado será un intento por responder a los desafíos que se cernían sobre un oficio que sufrió muchos cambios de manera muy acelerada. Sin embargo, esta multiplicidad de alternativas para informarnos ha ido de la mano con lo que Sepúlveda afirma que es, en nuestros días, una gran crisis de la profesión: crisis económica para la industria, precarización laboral de sus empleados, baja credibilidad de los medios.

Hay, en esta Historia del periodismo en Chile, muchos otros temas: el vínculo entre periodismo y bohemia, el afán educativo de muchos medios de comunicación o las tensiones a las que se vio enfrentada esta actividad durante las décadas del sesenta y setenta, entre otros. Como el centro del relato está puesto en la relación entre periodismo y política, es menor el espacio con el que se aborda el lugar del entretenimiento en los medios —en particular de la televisión y la radio, donde ha jugado una alta relevancia—, aunque son muchas las preguntas que se abren en esa línea a lo largo de todo su relato. Con todo, este nuevo libro de Alfredo Sepúlveda es una lectura obligada para comprender la responsabilidad que tiene este cuarto poder de interrogar y cautelar el correcto funcionamiento de las otras instituciones políticas. A pesar de los enormes cambios que ha sufrido este oficio en los dos últimos siglos, esa labor continúa más viva que nunca.

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