La falsedad o verdad de una afirmación puntual puede tal vez revisarla una plataforma de factchecking. Pero si la palabra se ve reducida a su función de utilidad o efectividad, es algo bastante más decisivo lo que está en juego. Perdemos la misma sustancia de la sociedad, la disposición a comunicarnos, y no hay plataforma de chequeo que sirva como muro de contención.
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Es un lugar común que en el habla se nos manifiesta cómo son las personas. El latín “conversatio” designaba el trato, el modo de conducirse en la vida, y por mucho tiempo el inglés “conversation” mantuvo ese sentido amplio. Que la conversación con una persona fuera grata significaba que era grato su modo de ser, no solo su modo de hablar. Como es obvio, esto vale también si se pone en términos negativos: faltas puntuales a la verdad pueden revelar una personalidad (o una sociedad) agrietada; la distorsión severa de la realidad, en cambio, revela un abismo más que una grieta. La cuenta pública del día de ayer, la última del presidente Boric, obliga a preguntarnos si estamos ante ese tipo de escenario.
Una parte de lo que nos tocó oír ahí no tiene nada de sorpresivo. Es usual que se presente la verdad algo maquillada, que los propios actos sean puestos bajo la mejor luz, que un gobierno se atribuya obras iniciadas por el anterior. Sería ingenuo ignorar que eso (de lo que también hubo harto) es cuestión corriente. Poco importa, después de todo, que Salvador de Bahía ya tenga metro al aeropuerto y que (si alguna vez llegamos a tenerlo) no seamos los primeros del continente (como pretende el presidente). Pero sí importa cuando se ofrece al país una imagen falsa de sí mismo en las cuestiones que más pesan: en inmigración, en la espera de atención en salud, en informalidad laboral, etc. También importa mucho cuando se omite la propia responsabilidad en haber destruido el “diálogo social” que se pretende haber recuperado. Nada de eso merece ser aceptado con cínica indiferencia como rasgo constitutivo del discurso político.
Donde tal vez mejor se ve la magnitud del problema es en la afirmación de que “Durante nuestro gobierno ha habido un descenso de 48% en la migración irregular”. La verdad es que en los primeros dos años del actual gobierno entraron el doble de inmigrantes irregulares que en todo el gobierno anterior. Pero además el presidente celebra aquí una política contraria a todo lo que siempre ha creído e impulsado. No estamos, entonces, ante una simple afirmación imprecisa, sino ante un uso manipulativo o instrumental del lenguaje. La cuestión es si acaso notamos lo grave que es la creciente caída en esa forma de comunicación (que obviamente continuará su curso con un gobierno en campaña). Porque la falsedad o verdad de una afirmación puntual puede tal vez revisarla una plataforma de factchecking. Pero si la palabra se ve reducida a su función de utilidad o efectividad, es algo bastante más decisivo lo que está en juego. Perdemos la misma sustancia de la sociedad, la disposición a comunicarnos, y no hay plataforma de chequeo que sirva como muro de contención.