Hoy los sociólogos chilenos intentan exorcizar de distintas formas el fantasma del 4S que los puso en duda. Una de ellas es tratar de cambiar el tema: hablar de la “ultra” o “extrema” derecha, tema de moda en Europa y EEUU, pero que se enreda con la realidad de un continente donde están Cuba, Venezuela y Nicaragua.
La sociología comprende el conjunto de autodescripciones de la sociedad emanadas desde las ciencias sociales y las humanidades. Es útil porque las sociedades modernas son altamente complejas y requieren, para poder procesar y administrar esa complejidad, desarrollar niveles superiores de capacidad reflexiva. Y algo clave para lograr eso son dispositivos sociológicos que le permitan observarse a sí misma. En este sentido, la sociología es una herramienta de control social: entender la sociedad permite intervenirla y conducirla. Pero también tiene un potencial crítico, ya que al mirarse, la sociedad también puede desarrollar cuestionamientos y programas orientados a su transformación. Estos elementos suelen ir juntos: gobernar es dirigir la transformación hacia estados de organización más deseables.
El método sociológico intenta responder preguntas de investigación mediante la fijación de hechos sociales que luego tendrán que ser explicados. Por supuesto, es imposible lograr observaciones totalmente libres de juicios y prejuicios, pero sí pueden limitarse. La gracia de fijar estos hechos es que su interpretación luego puede ser objeto de debate más o menos abierto, el que normalmente involucra a la opinión pública.
La sociología chilena ha vivido un carrusel de emociones los últimos cinco años. La mayoría de los sociólogos son de izquierda, pues el proyecto de racionalización del orden social mediante la reflexividad sociológica es particularmente afín a las tradiciones racionalistas vinculadas con la izquierda política y con las clases acomodadas ilustradas. Por lo mismo, el estallido social de 2019 parecía darles la razón respecto a la anticipada crisis final del orden neoliberal. Se sintieron validados: “lo vieron venir”. Pero luego el 4 de septiembre de 2022 complicó sus convicciones y predicciones.
Hoy los sociólogos chilenos intentan exorcizar de distintas formas el fantasma del 4S que los puso en duda. Una de ellas es tratar de cambiar el tema: hablar de la “ultra” o “extrema” derecha, tema de moda en Europa y EEUU, pero que se enreda con la realidad de un continente donde están Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Otro intento es el del profesor Alfredo Joignant (COES), que pretende reivindicar la “verdadera academia” en contra del ensayismo político, afirmando que la primera nunca comulgó con ruedas de carreta durante el estallido. El problema es que aunque tiene sentido defender el apego a los hechos en la observación del orden social, pertenecer a la comunidad de académicos que se citan entre ellos en papers indexados no asegura dicho apego. De hecho, si uno revisa las opiniones de prensa del establishment sociológico durante el estallido y la pandemia, no salen mejor parados, en promedio, que los ensayistas. Más encima, lecturas como las de Kathya Araujo o Lucy Oporto, que Joignant descalifica duramente, fueron de las más valoradas durante la propia crisis por quienes se esforzaban por entender lo que pasaba. Luego, hay un dejo corporativista en el academicismo de Joignant: suena más amigo de Platón que de la verdad.
Finalmente, un tercer intento de exorcismo es el del PNUD. Su último informe busca recuperar el control de la narrativa política echándole la culpa a la sociedad por haber rechazado el proyecto constitucional de la Convención. Los sociólogos habrían tenido razón -lo vieron venir- pero a los chilenos “nos cuesta cambiar”. Y ahora el tema sería el por qué de esa patológica resistencia (“fuimos demasiado rápido” como dijo el Presidente Boric). Este relato se ofrece como interpretación de datos presentes y ausentes muy interesantes, que sin duda dan para una discusión más larga, que ojalá sea exhaustiva, pero en buen tono.
Estas tres estrategias para superar el 4S terminarán convocando a una sociología de la sociología chilena. Y este resultado es positivo: observar los sesgos de los observadores sociales sirve para mejorar su capacidad reflexiva. Y ya que el Estado chileno invierte cuantiosos recursos en la academia vinculada a estas áreas, es una oportunidad, entre otras cosas, para mejorar el retorno de los contribuyentes, que según afirma el PNUD están deseosos de cambios incrementales bien hechos.