Opinión
La vuelta del realismo

La política trumpista sobre Ucrania podrá hacer alarde de atención a la realidad, pero rompe con buena parte de la tradición diplomática previa: en lugar de la negociación tras bambalinas, nos ofrece una escenificación grotesca.

La vuelta del realismo

Serán pronto dos semanas desde la desastrosa cita entre Trump y Zelensky. La reunión podría convertirse en un hito clave no solo por lo que a esta guerra específica se refiere, sino por el cambio que puede haber forzado en las élites europeas. Todo está por verse, claro está, pero al menos al nivel del discurso ha reaparecido la conciencia de que Europa tiene que hacerse cargo de sus problemas, y que hacerse cargo implica entre otras cosas un presupuesto militar acorde. Tras la utopía cosmopolita y del fin de la historia, es la vuelta del realismo.

¿O no? Tal vez la conclusión es apresurada. Alguien bien podría argumentar que una actitud realista conduce a la conclusión exactamente contraria: a reconocer que si bien ha habido un despertar del liderazgo europeo esta semana, llega tarde. La industria militar requerida no se genera en un par de semanas, ni está claro que haya disposición a sacrificar otras cosas para financiarla. Wolfgang Münchau ha planteado de modo persuasivo que ese es el corazón del escenario actual. Y lo verdaderamente realista sería entonces reconocer ese escenario.

Pero lo que se revela en ese paso de la discusión, es que una disposición realista no arroja respuestas automáticas respecto de cómo enfrentar un caso concreto. Es realista renunciar a la ilusión de un mundo sin guerras; otra cosa es cómo se resuelva en términos realistas la guerra actual. En cualquier caso, si nuestra época es de regreso al realismo, hay preguntas más decisivas aún sobre la forma que tomará. Hace unos días, tras la cita Zelensky-Trump, el historiador Niall Ferguson respondía a su manera esta pregunta. Mientras en nuestro medio alguno criticaba a Zelensky por no “besar el anillo” –como si el realismo consistiera en simplemente rendirse ante la fuerza mayor–, Ferguson caracterizaba esa cita por su realismo televisivo, una “Realpolitik de reality tv”. La política trumpista sobre Ucrania podrá hacer alarde de atención a la realidad, pero rompe con buena parte de la tradición diplomática previa: en lugar de la negociación tras bambalinas, nos ofrece una escenificación grotesca.

No se trata de un detalle secundario. Después de todo, la negociación a puertas cerradas permite ocultar cómo se ensucian las manos, pero también da espacio a la sutileza. El realismo no es exhibición del poder, e incluso el más elemental cálculo indica que tampoco es humillar a tus aliados. Si eso es lo que tenemos por delante, no es la gran tradición del realismo político la que está volviendo. Hoy no basta la alerta ante la ilusión, también ante el realismo hay que preguntar qué clase es la que se nos ofrece.

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