Opinión
Johannes Kaiser

Por paradójico que parezca, los atributos que ayudan a subir en las encuestas no son los mismos que permiten consolidar un proyecto de gobierno creíble y eficaz. Para encarnar un proyecto de esta índole no basta jugar eternamente a la impugnación. Kaiser hoy puede darse el gusto de explotar ese perfil porque es el retador. 

Johannes Kaiser

La noticia política del momento es el auge del disruptivo candidato nacional libertario. En algunas encuestas ya superó a Matthei; y en el monitor de liderazgo de Datavoz, que suele anticipar tendencias, encabeza las menciones positivas. Es muy probable que le falte tiempo para alcanzar a Kast —restan tres semanas para las elecciones—, pero el fenómeno es digno de análisis. Más allá de su buen desempeño en debates y entrevistas, ¿por qué Kaiser sube de este modo? ¿Qué significa esto para las otras candidaturas de oposición?

Desde luego, una parte de la explicación reside en la pasión por el orden que se expande en las grandes mayorías. En términos simples, los chilenos quieren vivir tranquilos. Y los crímenes brutales que siguen ocurriendo a plena luz del día aumentan su deseo —en rigor: su desesperación— de una mano dura proporcional a dicho anhelo de tranquilidad. Mal que pese, Kaiser cosecha aquello que han ido sembrando tanto la ineficacia del sistema como el espacio que le han regalado otras candidaturas. Ninguna crítica ("demagogo", "radical"), ningún dato estadístico ("comparado con Latinoamérica...") ni menos los habituales "fachopobreos" sirven para contrarrestar ese legítimo anhelo de la ciudadanía.

El punto anterior guarda directa relación con el otro factor que nutre la candidatura de Kaiser (y, a su modo, las de JAK y Parisi): el hastío con la política tradicional. Aquí confluyen rasgos culturales de muy larga data —ya Tocqueville advertía sobre el ensimismamiento propio de los tiempos democráticos—, con otros elementos locales y coyunturales. Por de pronto, la ya referida sensación de que la política institucional no logra dar los resultados esperados.

Pero si lo anterior es plausible, el peor error que podrían cometer las candidaturas con mayor vocación de gobierno es intentar sobrepasar por la derecha a Kaiser. En rigor, se trata de una apuesta condenada al fracaso. Evelyn Matthei ya trató de hacer algo similar hace algunos meses —pena de muerte y "muertos inevitables" mediante—, y ese zigzagueo incidió en sus dificultades posteriores. El errático episodio "parásitos" tampoco fortaleció la candidatura de Kast. Porque, por paradójico que parezca, los atributos que ayudan a subir en las encuestas no son los mismos que permiten consolidar un proyecto de gobierno creíble y eficaz. Para encarnar un proyecto de esta índole no basta jugar eternamente a la impugnación. Kaiser hoy puede darse el gusto de explotar ese perfil porque es el retador. Quien, en cambio, cuenta con más opciones de llegar a La Moneda debe tomarse en serio las exigencias que supone articular un gobierno en forma a contar del 11 de marzo. Lo contrario puede ser pan para hoy, pero definitivamente hambre para mañana.

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