Cuando se considera valiosa la existencia, cuando se cree tener algo digno de transmitir, no ha habido obstáculo que detenga la reproducción.
Temprano en una mañana de enero, corriendo el año 2021, habría muerto en Buenos Aires el último ser humano de cuyo nacimiento se tenía noticia. Con esa escena parte Hijos de hombres, una novela distópica publicada por PD James en 1992. Como es usual en ese género literario, parece haber errado algo (apenas) en la fecha, al mismo tiempo que acierta de manera radical en los lados más hondos de su diagnóstico.
Esta misma semana, sin ir más lejos, ha circulado el balance del 2024, que deja a Chile como el país con el mayor retroceso en fertilidad del mundo. Con 0,88 nacimientos por mujer, se trata de una caída del 23% en un año y del 51% en la década. Vale la pena tenerlo claro: no es que nos estemos poniendo al día con los parámetros del primer mundo. Estamos a la vanguardia del problema.
Pero no estamos a la vanguardia de su comprensión, de notar su gravedad y sus muchas ramificaciones. Desde luego hay quienes han tomado nota del hecho y hay quienes lo estudian, pero no solo reina indiferencia en la mayoría de la población, sino en la mayor parte del debate público. Cada una de nuestras grandes discusiones –pensiones, inmigración, soledad, etc.– está conectada con este catastrófico desplome, pero es una realidad de la que preferimos desentendernos.
Un modo de desentenderse, de hecho, es contentarse con explicaciones parciales. El costo de la vida, digamos. Claro que este es un problema real, que sería absurdo minimizarlo. Pero cualquier discusión honesta tendría que notar que eso no explica la caída singularmente fuerte en Chile, que el colapso poblacional trae consigo otros dramas económicos tanto mayores, y que en todo caso la perpetuación de la humanidad no es el tipo de asunto que uno pueda posponer hasta solucionar antes otros problemas. Por lo demás, es bien conocida la paradoja de la fertilidad: ella disminuye precisamente con el progreso económico de los países.
El problema, sobra decirlo, tiene muchas causas. Y ante todo, nos obliga a poner en primer plano un tipo de causa difícil de asir: la pregunta por el sentido de la vida, que aquí muestra sus repercusiones mucho más allá del alma individual. Cuando se considera valiosa la existencia, cuando se cree tener algo digno de transmitir, no ha habido obstáculo que detenga la reproducción. Pero como deja caer uno de los personajes de Hijos de hombres, ahora “Con todo nuestro conocimiento, nuestra inteligencia y poder, ya no somos capaces de hacer eso que los animales realizan sin pensar”. La crisis de la natalidad representa un desafío para las políticas públicas, claro está, pero nos pone también de manera radical ante estas preguntas que la literatura ilumina mejor que las estadísticas.