La disposición octubrista es un hecho más amplio y complejo: un agujero de conejo emocional e ideológico que lleva al nihilismo y a la afirmación de que la verdad la dicta el poder.
El concepto de “octubrismo” recuperó fuerza en el debate público a propósito de un acto del Apruebo donde se ultrajó la bandera nacional. Pero ¿qué es el “octubrismo”? Octubre de 2019 es un momento de catarsis social destructiva en que se legitimó que todos los límites normativos que hacen posibles la convivencia pacífica fueran pasados por encima. El mensaje, visto en la distancia, era bastante claro: luego de que durante los años anteriores quedara en evidencia la plaga de corrupción y abusos a nivel de todas las jerarquías institucionales, la sociedad chilena reaccionó con un “si ustedes no respetan las reglas, yo tampoco”.
Por un tiempo, entonces, operó una inversión masiva de los valores. Ondearon banderas negras y mapuches, se quemaron iglesias, se validó todo tipo de acto de transgresión. Contra la hipocresía y las mentiras de la normatividad de los poderosos, se recurrió al cinismo de lo abyecto y lo violento. La filósofa Lucy Oporto hizo la crónica de esta inmersión colectiva en lo ruin, presentada como un acceso a lo verdadero. Todo lo que condensa la frase de un personaje de Cantinflas convertida en consigna durante esos días: “estamos peor, pero estamos mejor… porque antes estábamos bien, pero era mentira, no como ahora que estamos mal, pero es verdad”. Lo verdadero, se asumió, era lo contrario a lo afirmado, hasta ahora, como bueno.
El orden establecido, en ese punto, quedó sin sustento. Y dos caminos para seguir se abrieron: el del derrocamiento y el de la reforma. El Partido Comunista, si Sergio Micco tiene razón, se la jugó por derribar al presidente democráticamente electo desde la calle. Querían usar el INDH como ariete. La vía reformista, en tanto, se cuajó en el Congreso y la selló el acuerdo del 15 de noviembre. Ganó este segundo camino. Y Gabriel Boric, al sumarse, se abrió las puertas de La Moneda. Así nació la Convención Constitucional, con un contundente mandato terapéutico: debían sanar la república.
El acuerdo también hizo nítido el “octubrismo”: el rechazo a los acuerdos y el deseo de mantenerse en la inversión de los valores, en el rally de demolición y en el poder de las patotas. Había, de antes, gente enamorada de la violencia y la transgresión. Pero muchos fueron flechados por Octubre. Como Walter White luego de sus primeros crímenes, sintieron que la arbitrariedad fáctica le devolvía potencia a su ser. Rafael Gumucio apunta a los casos más ridículos para identificar el fenómeno: oligarcas ultrones de última hora como Felipe Bianchi, que celebraban desde las comunas donde no pasó nada que en otras pasara de todo. Sin embargo, la disposición octubrista es un hecho más amplio y complejo: un agujero de conejo emocional e ideológico que lleva al nihilismo y a la afirmación de que la verdad la dicta el poder.
Y fue justamente la preeminencia de personajes atrapados en esa disposición -injertados, muchos, al amparo de las sombras de las listas de “independientes” y los “escaños reservados”- lo que hizo fracasar a la Convención en el esfuerzo de convertir el 80% de aprobación de entrada en un apoyo similar de salida. Los octubristas ahí presentes, que pifiaron el himno nacional y dispusieron normas que apuntan a la disolución del orden republicano en formas políticas pre y post modernas, convirtieron la instancia y su obra en otro síntoma de la crisis en vez de en una terapia. Y hoy, en las urnas, y mañana, sea cual sea el resultado, tendremos que lidiar con el veneno que nos pasaron etiquetado como remedio.