¿Por qué para la derecha China, Singapur y Vietnam sí, pero Nicaragua, Norcorea e Irán no? ¿La izquierda en verdad piensa que personajes tan dispares como Trump, Bolsonaro, Bukele, Meloni, Le Pen, Milei, Erdogan y Orbán son lo mismo? ¿Qué significan “extrema derecha” o “populismo” en ese caso? Y, en Chile, ¿Por qué el Partido Comunista sí, pero Kast no?
Columna publicada el domingo 14 de julio de 2024 por La Tercera.
El año 2018, en una conferencia en Santiago, se le preguntó al Nobel de literatura peruano Mario Vargas Llosa si todas las dictaduras eran igual de malas. “Parece difícil afirmar que alguien prefiriera vivir bajo el régimen de Chávez que bajo el régimen de Pinochet”, comentó el entrevistador, buscando una reacción afirmativa. Pero el resultado fue el opuesto: el novelista lo interrumpió y respondió que no aceptaba la pregunta, ya que presuponía la peligrosa idea de que algunas dictaduras podían ser mejores que otras. “Algunas dictaduras pueden generar prosperidad económica para algunos grupos, pero el precio que se paga por eso es intolerable, es inaceptable, y creo que el juego de pretender que a veces algunas dictaduras son aceptables o tolerables es peligroso, y que no es verdad, porque todas las dictaduras son inaceptables”. Esta intervención del novelista recibió un aplauso cerrado del público.
Sin embargo, en 2016 Vargas Llosa escribió un artículo titulado “Singapur: paraíso capitalista”, donde no sonaba tan convencido de que todas las dictaduras fueran igual de malas. En dicho texto, el escritor alaba a la nación asiática por volverse en breve tiempo un país próspero y pluralista, además de derrotar la pobreza y el desempleo. Y reconoce que estos avances remiten al régimen de Lee Kuan Yew, vigente entre 1959 y 1990. “El sistema que él creó, afirma Vargas Llosa, era autoritario aunque conservara algunas apariencias democráticas, pero a diferencia de otras dictaduras, el autócrata y sus seguidores no usaron el poder para enriquecerse a sí mismos, y el sistema judicial parece haber funcionado de manera independiente”. El autor peruano profundiza su juicio positivo respecto al régimen asiático afirmando que la elecciones nunca fueron arregladas, aunque la oposición era decorativa, y que existía algún grado de libertad de expresión, aunque muy limitado. Y, finalmente, cierra en un tono idealista, señalando creer que cualquier país democrático podría lograr los resultados de Singapur, si entregaba un mandato claro para establecer las mismas reformas.
¿De dónde viene la dificultad para hablar honestamente sobre los regímenes autoritarios que parece afectar a Vargas Llosa? La historia del pensamiento político occidental nos ofrece una respuesta: según Leo Strauss explica en su comentario al “Hierón” de Jenofonte, los filósofos políticos griegos siempre consideraron peligroso distinguir entre regímenes autoritarios mejores o peores, pues plantear que el bien común a veces podía demandar reemplazar a gobernantes constitucionales por gobiernos absolutos podía incentivar que algunos buscaran erosionar el orden para asaltar el poder. La doctrina sobre los regímenes autoritarios mejores y peores sería, así, peligrosa. Explicar podría usarse para justificar. Y, movidos hoy por el mismo temor, los liberales democráticos como Vargas Llosa optan por la retórica y la opacidad al tocar el tema en público.
Sin embargo, cabe preguntarse si esta opción por la opacidad y el culebreo del liberalismo democrático sobre estos asuntos es realmente menos peligrosa. Esto, porque carecer de distinciones mínimamente nítidas respecto a las potenciales virtudes, defectos, formas, grados y peligros del autoritarismo produce confusiones e inconsistencias -ya que, en la práctica, siempre se prefieren unos autoritarismos sobre otros- que pueden terminar desdibujando y amenazando la propia democracia. ¿Por qué para la derecha China, Singapur y Vietnam sí, pero Nicaragua, Norcorea e Irán no? ¿La izquierda en verdad piensa que personajes tan dispares como Trump, Bolsonaro, Bukele, Meloni, Le Pen, Milei, Erdogan y Orbán son lo mismo? ¿Qué significan “extrema derecha” o “populismo” en ese caso? Y, en Chile, ¿Por que el Partido Comunista sí, pero Kast no?
En la “hora estúpida” de las elecciones tomarse en serio estas preguntas parece difícil. Las abyecciones del gobierno respecto al voto obligatorio muestran el grado de oportunismo e indignidad al que pueden llegar en estos tiempos los que se ganan la vida prometiéndole dignidad al resto. Pero mirando en el mediano plazo, parece un deber reflexionar y distinguir. Negras tormentas agitan los aires democráticos.