Opinión
Vivir en la contradicción

Es difícil imaginar cómo el Frente Amplio podrá reconstruir su relato después de estos cuatro años en el poder. Ya no son los jóvenes nuevos que venían a cambiarlo todo, ni los distintos, ni los honestos, ni los probos. ¿Qué queda de esa promesa fundacional?

Vivir en la contradicción

El Frente Amplio atraviesa su hora más oscura. La formalización de la diputada Catalina Pérez por el caso Democracia Viva, sumada a las revelaciones del caso ProCultura, golpean al núcleo de su relato político: nosotros no somos como los demás. Hoy, incluso antes de que concluyan los procesos judiciales, esa promesa se derrumba estrepitosamente.

La imagen que queda no es solo de corrupción, sino de traición. No se trata solo de enriquecimiento personal, sino algo peor: robarle a los más pobres. Fondos públicos destinados a los campamentos, a los sectores más vulnerables, desviados por quienes llegaron al poder proclamando ética, transparencia y justicia social. El daño simbólico es devastador. 

Y no parece tratarse de un caso aislado ni una manzana podrida. Es un sistema de operadores, redes paralelas, favores cruzados, amiguismo y militancia convertida en el peor de los clientelismos. El Frente Amplio no sólo cayó en lo que criticaba: se convirtió en una versión recargada de todo lo que alguna vez decía odiar.  

La reacción del Frente Amplio frente al caso ProCultura ha sido igual de lamentable que los hechos mismos. Ni una pizca de autocrítica, ni una reflexión genuina. Siguen presentándose como los únicos puros y honestos, las víctimas de un sistema político supuestamente corrupto que busca desprestigiarlos. En vez de asumir responsabilidades, se victimizan. Y, lo más preocupante, están nuevamente dispuestos a tensionar al máximo las instituciones si eso les permite salvar su causa: acusar al Ministerio Público de “espionaje político” es un paso peligroso, que revela hasta dónde están dispuestos a llegar para protegerse las espaldas. En otras palabras, el Frente Amplio no tiene problemas en desmontar instituciones si con ello puede blindar a los suyos. Ese pragmatismo feroz, disfrazado de épica moral, es justamente lo que ha caracterizado a las peores izquierdas latinoamericanas de las últimas décadas.

Y aunque uno puede ser crítico respecto de las filtraciones, el contenido que revelan no puede simplemente ignorarse. En un contexto como este, en que la confianza en las instituciones democráticas está muy dañada, lo que aparece en esas conversaciones importa, y mucho. Si en esas grabaciones se escucha, por ejemplo, a Marta Lagos con la ex esposa de Alberto Larraín conversando sobre un contrato “trucho” firmado entre el Estado y una fundación, es comprensible -y necesario- que eso genere enorme revuelo. No se trata solo de la forma en que la información se conoce, sino del fondo: trampas, corrupción y un desprecio total por la función pública.

Es difícil imaginar cómo el Frente Amplio podrá reconstruir su relato después de estos cuatro años en el poder. Ya no son los jóvenes nuevos que venían a cambiarlo todo, ni los distintos, ni los honestos, ni los probos. ¿Qué queda de esa promesa fundacional? El diputado Gonzalo Winter dio una entrevista confusa, por decir lo menos, este fin de semana en El País: se definía como allendista, pero admitiendo que el gobierno de Allende había salido mal. ¿Cómo se resuelve una tensión de esa naturaleza? Decía también que Chile sería un mejor país sin clases sociales, sin detalle alguno sobre cómo realizar esa utopía y con poca elaboración del lugar desde el cual habla.

Egresado de uno de los colegios más exclusivos de Santiago, Winter despliega en su discurso una culpa de origen sin ninguna traducción práctica, pues no ha dado muestra de novedad alguna en su forma de hacer política. Algo similar ocurre con Nicolás Grau. Ferviente crítico de la concertación, pero cuya madre -exministra de ese mismo conglomerado- actúa como su principal escudera en redes sociales, liberándolo de explicaciones mínimas a las que debe estar sometida toda autoridad del Estado. No se trata de culparlos por su biografía, sino de evidenciar tensiones no resueltas: renegar de lo que son, sin ofrecer nada diferente a aquello que denunciaron, mientras se sostienen en la esfera pública -en parte- gracias a sus propios privilegios. Quizás el ethos del Frente Amplio es precisamente ese: vivir en la contradicción, habitar la incomodidad entre lo que se predica y lo que se practica. Como decía Nicanor Parra, hay que aprender a vivir ahí. Pero que no sea a costa de los más pobres. 


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