Si alguien cree que las mujeres constituyen un bloque de mentalidad progresista, esta elección debiera reconectarlo con la realidad.
“No tener sexo con hombres. No tener hijos con hombres. No salir con hombres. No casarse con hombres”. Este movimiento de las “4B”, importado a Estados Unidos desde Corea del Sur, es una de tantas reacciones singulares a la elección de Trump. No representa, como es obvio, a la votante promedio de Harris. Pero sí representa algo de la polarización por sexo que parece atravesar la política mundial. Digo que “parece” atravesarla, pues esta elección es una buena ocasión tanto para reconocer la realidad de esa polarización como para notar lo limitada que es.
Su realidad es un hecho bien conocido. Varios estudios han mostrado la brecha abierta en la generación más joven, con un giro progresista entre las mujeres y uno más conservador entre los hombres. Sobre esta ola Kamala Harris creyó poder navegar. Lo hizo volviendo central para su campaña la idea de que estaban en juego los derechos de las mujeres. Era obvio que las mujeres debían votar por ella, y los hombres debían hacerlo por sus hijas. Un spot ilustrativo de esta apuesta mostraba a mujeres republicanas que solo en el secreto de la urna, al no ser vistas por sus maridos, se atrevían a votar por Harris. Es un ejemplo bien revelador de los extremos a los que se puede llegar creyendo navegar esta ola. Porque la conducta de Trump está lejos de encarnar el trato digno merecido por las mujeres, pero ¿qué mujer podría sentirse respetada por este tipo de propaganda condescendiente?
La verdad es que toda esta apuesta, y la retórica que la acompañó –comentaristas dando por sentado que “las mujeres votan por Kamala”–, habría tenido sentido solo si la polarización por sexo fuera efectivamente radical. Si las mujeres constituyeran un bloque de mentalidad progresista. Pero si alguien cree en semejante fantasía, esta elección debiera reconectarlo con la realidad. Trump obtuvo, por cierto, pésimos resultados entre las mujeres negras, pero entre las mujeres blancas acabó derrotando a Harris con un 52%.
Nada de esto debiera ser una sorpresa. Basta un conocimiento elemental de debates como el del aborto, por ejemplo, para saber que las mujeres desempeñan un papel fundamental en los dos lados de la discusión. Otro tanto puede decirse de las mujeres que han reaccionado contra la radical agenda del Partido Demócrata en materia trans. Y luego está el sencillo hecho de que las mujeres comparten con los hombres un elenco amplísimo de preocupaciones, bien resumidas en la economía y la seguridad. Comoquiera que uno vea el resultado general de la elección, aquí hay una buena noticia: una fuerte polarización por sexo sería una tragedia para todos. Por lo pronto, es un limitado problema generacional.