Hay quienes alaban a la coalición gobernante por haber madurado en el curso de estos dos años. Estarían aprendiendo. Pero la condición más elemental para volverse un bloque respetable es que su palabra tenga algún valor permanente en el tiempo, algún sentido más allá de su valor instrumental en el momento.
A lo largo de dos años y medio de gobierno nos hemos debatido con frecuencia respecto de cómo enfrentar los descomunales giros de opinión de la coalición gobernante. Cuando los cambios son para bien, se suele advertir, habría que aplaudirlos más que enrostrarlos. Es cierto. Pero el problema, como muchos han notado, es que a estos cambios siempre les ha faltado una explicación, dejando abierta la pregunta respecto de su autenticidad y sobre las opiniones que abrazarán al volver a ser oposición. He ahí el dilema como se vivía hasta ahora. Pero los últimos días nos han puesto ante una pregunta más radical. Ya no se trata de cómo reaccionar ante unos cambios de opinión carentes de explicación, sino de qué pensar ante la abierta falsedad.
Porque como nunca antes, esta ha sido la tónica de la semana. Todo sería diferente, según la ministra Vallejo, si ante la delincuencia se hubiera actuado mejor durante el gobierno de Piñera (contra cuyas propuestas en materia de seguridad votó de modo invariable). Las multas por dejar de votar serían una forma de represión, nos dice Giorgio Jackson, como si hace poco no hubiese promovido el voto obligatorio incluso desde los 16 años. La inmigración descontrolada, por último, sería para el diputado Winter responsabilidad fundamental de la derecha (ignorando el descalabro durante la segunda administración de Bachelet, el discurso completo de su propio sector –“nadie es ilegal”, “migrar es un derecho”, etc.– y el hecho notorio de que nadie quiere poner freno al problema). Estos no son cambios de opinión, sino una opción por hechos alternativos. Estériles en su promesa de transformación futura, nuestros gobernantes parecen haberse lanzado a la tarea de transformar el pasado.
Nada de esto debiera ser tenido por trivial. Hay quienes alaban a la coalición gobernante por haber madurado en el curso de estos dos años. Estarían aprendiendo. Pero la condición más elemental para volverse un bloque respetable es que su palabra tenga algún valor permanente en el tiempo, algún sentido más allá de su valor instrumental en el momento. La presencia o ausencia de esa condición, sobra decirlo, repercute a su vez sobre la disposición al diálogo en la derecha. Pero también tiene efectos en la ciudadanía. Esta puede sentirse tratada sin la veracidad que merece y responder en consecuencia. Pero también puede reaccionar volviéndose indiferente a la distinción misma entre verdad y mentira, consolidándose así la mirada de sola sospecha ante todo lo que transcurre en la vida pública. Pocas cosas son tan reveladoras como que se corra estos riesgos para salir al paso de una mala semana.