Para decirlo en simple, la generación perdida pasó —sin mediar escala alguna— desde el respeto irrestricto a sus mayores a la admiración beata a los menores. Nunca estuvieron en posición de superioridad psicológica, porque fueron hijos a la antigua (dóciles, sumisos y respetuosos) y, luego, padres modernos (laxos, permisivos y obsecuentes).
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“Me voy porque creo que me toca hacerlo, es lo que me corresponde a mí, le corresponde a mi generación también”. Estas palabras fueron pronunciadas por Carolina Tohá al abandonar el Gobierno para iniciar su carrera presidencial, y son muy reveladoras del espíritu con el que emprende esta aventura: a su generación le corresponde —al fin— dar un paso adelante. Si se quiere, es quizás su última oportunidad de ajustar cuentas con la historia.
Parte del Frente Amplio leyó esta frase desde la animosidad, pero la verdad es que, en un primer nivel, no está dirigida contra ellos (muchachos, no todo gira en torno a ustedes). Si esas palabras iban dirigidas contra alguien, era contra la misma generación de Carolina Tohá, que no ha podido —o no ha sabido— asumir un papel de primera línea. Al decir esas palabras, Tohá está reconociendo explícitamente que su generación está en deuda, y que ella quiere saldarla de una buena vez. O, al menos, intentarlo.
En ese sentido, el desafío más exigente de Carolina Tohá no son las encuestas. Desde luego, necesita marcar más, pero su reto principal es mucho más arduo. El problema puede explicarse como sigue. Es evidente que la generación de Carolina Tohá no ha tenido espacio para desplegarse, pues quedó horquillada entre los viejos patriarcas y los jóvenes desafiantes. Mal que mal, entre Michelle Bachelet y Gabriel Boric hay más de tres décadas de diferencia. Para decirlo en simple, la generación perdida pasó —sin mediar escala alguna— desde el respeto irrestricto a sus mayores a la admiración beata a los menores. Nunca estuvieron en posición de superioridad psicológica, porque fueron hijos a la antigua (dóciles, sumisos y respetuosos) y, luego, padres modernos (laxos, permisivos y obsecuentes).
Ahora bien, para cobrarse la revancha con el destino, es indispensable contar con un diagnóstico adecuado respecto de los motivos de esa enorme laguna. Y, en este punto, el camino se vuelve particularmente empinado. Si Carolina Tohá quiere resolver este acertijo, y recuperar el lugar que le corresponde, debe ofrecer una explicación atendible de los motivos en virtud de los cuales algo así pudo ocurrir. Se encontrará entonces con una pregunta tan incómoda como ineludible: por qué su generación fue tan complaciente con el movimiento estudiantil del 2011, y todo lo que siguió después. El origen de su abdicación reside allí: en su incapacidad para defender el legado de la Concertación, y en el modo en que se plegaron a la tesis según la cual todo había sido un gran engaño (que los llevó a votar y defender el “Apruebo” el 2022: todo forma parte de la misma secuencia). Si su generación quiere encontrar el hilo perdido, debe volver al punto exacto en el cual ese hilo se le extravió. Por cierto, no se trata de volver a defender acríticamente la transición (el país y las preguntas han cambiado), sino de comprender lo que ocurrió en ese momento. La dificultad estriba en que ha pasado mucho tiempo: son demasiados años de renuncias, silencios cómplices y explicaciones parciales e incompletas.
Por lo demás, Carolina Tohá está en el centro de este nudo. En efecto, no solo tuvo un papel relevante bajo los gobiernos de Lagos y Bachelet, sino que —como ministra del Interior de Gabriel Boric— jugó el papel de puente con la nueva generación. Pero las reglas de ese acuerdo de convivencia las puso el Frente Amplio, y su generación aceptó otra vez con docilidad. Quizás la mejor ilustración es que el Presidente se diera el lujo de indultar a los “presos de la revuelta” pocas semanas después de haberla nombrado jefa de seguridad, lo que era un modo de decirle: no se confunda, usted viene a colaborar con un proyecto cuyos bordes definimos nosotros. Es cierto que él había ganado la elección, pero no era menos cierto que los necesitaba con urgencia. Como fuere, el único ganador de ese negocio ha sido Boric.
Lo anterior se vincula con otro desafío colosal de Carolina Tohá: tomar distancia del Gobierno después de haber sido su principal ministra durante más de dos años. Esto también será difícil, porque recuperar el lugar que le corresponde implica reivindicar con orgullo su identidad, en cuanto distinta de la identidad frenteamplista. Para lograrlo, debe mostrar de manera muy nítida que su liderazgo es de otra naturaleza, que responde a otras categorías y que, después de todo, su hipotético gobierno sería muy diferente al de Gabriel Boric. Esta es, además, una necesidad vital: defender a la actual administración en el ciclo electoral que se avecina será un suicidio político (nadie lo ha entendido mejor que el alcalde Vodanovic). Carolina Tohá fue una (muy) leal ministra del Interior pero, si quiere tener algún éxito en su candidatura, se verá obligada a una dosis elevada de ingratitud y de crítica tanto a las decisiones como al estilo del Presidente.
La exministra cuenta con unos pocos meses para deshacer el camino andado durante años. Supongo que nadie está mejor preparada que ella para el desafío y, sin embargo, sería absurdo negar las dificultades involucradas. Quizás resulte útil recordar a Patricio Aylwin, quien parecía un político acabado a principios de los '80, y que supo reinventarse para liderar la transición. Y no lo logró por casualidad, sino porque tenía un diagnóstico y una voluntad inquebrantables.
Carolina Tohá tiene una cita con la historia.