A diferencia de Paulina Vodanovic y un puñado de dirigentes del socialismo democrático, aún no existe una revisión profunda de la deslealtad que mostraron respecto de las reglas de nuestra república democrática.
En sus entrevistas y vocerías de inicios de esta semana, la ministra Vallejo insistió una y otra vez en no "tapar el sol con un dedo". Con esto apuntaba a que el estallido de 2019 no consistió únicamente en hechos de violencia. Desde luego, la ministra tiene un punto: es sabido que el descontento social no era una invención de analistas afiebrados. Guste o no, es efectivo que durante esos días de octubre, un lustro atrás, se llevaron a cabo las protestas más masivas desde el retorno a la democracia. Luego, es cierto que en aquel entonces existió algo más que saqueo, vandalismo y pillaje.
También es verdad, sin embargo, que esos episodios de violencia y destrucción fueron persistentes, brutales e inéditos; que gran parte del actual oficialismo buscó o aceptó instrumentalizar el caos reinante para conseguir objetivos políticos; que el Presidente Piñera sufrió el fundado temor de ver interrumpido su mandato, primero por "la vía de los hechos" (así hablaba la oposición de la DC al PC el 12 de noviembre de 2019), y en seguida por dos acusaciones constitucionales (la primera presentada a pocos días del Acuerdo del 15-N); que la revuelta y el ánimo destituyente se reivindicaron con fruición hasta el triunfo del "Rechazo", el 4 de septiembre de 2022; y que, pese a todo, la nueva izquierda perseveró en su relación ambigua con la violencia, al punto que La Moneda indultó a un puñado de "presos de la revuelta" un par de meses después de la derrota de la fallida Convención.
Personeros de gobierno suelen quejarse de estos recuerdos, como si se tratara de un fenómeno pretérito que ha quedado completamente atrás. Sin embargo, hay al menos dos motivos que justifican este ejercicio. Por un lado, la casi nula autocrítica de la nueva izquierda hasta ahora. A diferencia de Paulina Vodanovic y un puñado de dirigentes del socialismo democrático, aún no existe una revisión profunda de la deslealtad que mostraron respecto de las reglas de nuestra república democrática. Y, por otro lado, la necesidad de que la clase política intente sacar las debidas lecciones del caso, sin omitir ninguno de estos antecedentes. Hacerlo sí que sería "tapar el sol con un dedo".