Opinión
Solidarios, solidarios

La redistribución es necesaria e imprescindible en determinados casos, pero no siempre es solidaridad.

Solidarios, solidarios

A raíz de las discrepancias dentro de la derecha sobre el debate de pensiones, ha resurgido la discusión sobre qué significa solidaridad. Aunque es indudable que se trata de un principio que puede considerarse parte integral de la identidad del sector, las dificultades aparecen al ver la polisemia que ha adquirido el término en la discusión pública. En efecto, su significado parece haberse difuminado y no siempre estamos hablando de lo mismo al remitir a ella. En esa línea, uno de los elementos en disputa en la última fase de esta discusión podría plantearse de este modo: ¿se puede estar en contra de ciertas políticas redistributivas y seguir siendo solidario? La respuesta es sí, dependiendo de qué vamos a entender por solidaridad.

Si la solidaridad se entiende en su faceta de principio social -un horizonte que inspira a las instituciones y nuestros actos- y no de principio sociológico -un análisis de cómo se estructura la sociedad-, conforma una disposición humana mediante la cual nos entregamos a los demás dentro de nuestras posibilidades y circunstancias. Eso quiere decir que, pese a que cierta derecha se ha empecinado en reducirla a la mera redistribución estatal, es un principio más amplio. La solidaridad tiene que ver con los frutos de nuestro trabajo, pero también con el tiempo, los actos y el sacrificio que estamos dispuestos a dar en beneficio de los otros. Afirmar esto no es abrazar alguna política específica, pero sí es creer que en el ser humano hay disposiciones cooperativas y desinteresadas que a veces pueden recogerse en la ley. En ese sentido, es falso que la derecha no contemple la solidaridad en su pensamiento; el asunto, más bien, es que las diversas tradiciones que la conforman no han logrado consensuar una concepción común sobre ella. 

Desde luego, lo anterior es una tarea compleja que implica un ejercicio intelectual, pero también uno práctico. Intelectual porque, en primer lugar, es necesario intentar definir a qué nos referimos con solidaridad desde una perspectiva filosófica. Y también práctico porque, una vez definida, se debe reflexionar sobre la aplicación de ese principio en sus diferentes casos. Dicho de otro modo, es un error y un atropello a este principio, intentar imponer normas generales de solidaridad si son concebidas sólo desde la perspectiva de quienes no sentirán el peso real que esas obligaciones pueden generar en personas con menos recursos. Subir la cotización en pensiones, por ejemplo, significará que los trabajadores dependientes dejen de disponer de una parte de su salario y eso afectará a los sectores más precarios de la sociedad. Criticar entonces esa dimensión de la propuesta de pensiones que se está discutiendo no implica negar el valor del principio, sino al contrario, mostrar las falencias de quienes la defienden en esos términos.

El riesgo, sin embargo, es apelar a este principio de manera moralizante en nuestras discusiones contingentes. Así, ocurre a veces que quienes no adhieren a la política que ellos apoyan, serían egoístas porque también terminan oponiéndose a la solidaridad. En esa dirección, la derecha que dice encarnar este principio suele desear aplicarlo desde el Estado. Si bien la solidaridad puede desempeñar un papel ahí, no debemos olvidar la propia ineficiencia de nuestro aparato estatal. Por lo mismo, se olvida muchas veces que el lugar donde este principio es más robusto y auténtico es en las organizaciones intermedias. En ese lugar, es común que los seres humanos decidan postergar sus anhelos y deseos más profundos por el simple hecho de buscar el bien del otro.

Debido a lo anterior, es difícil relacionar a la rápida la solidaridad con conceptos como redistribución, préstamos o impuestos. Juan Pablo II, que trató el principio en diferentes ocasiones, evitó asociar la solidaridad a un modelo económico o a políticas públicas determinadas. Sabía que las situaciones particulares dentro de la sociedad contemporánea son dinámicas y complejas y que, por tanto, la solidaridad debía ser atendida caso a caso. Porque si bien es un principio general, los actos de solidaridad son individuales o grupales, pero nunca holísticos. Si fueran holísticos, el cobro de contribuciones a personas mayores sin ingresos también podría caber como un acto de generosa “solidaridad”.

En resumen, la solidaridad es un acto noble y especial que muchas veces debe distinguirse de la acción redistributiva del Estado. La redistribución es necesaria e imprescindible en determinados casos, pero no siempre es solidaridad. El Presidente Boric dice que su reforma integrará “solidaridad al sistema de pensiones” y parte de la derecha decidió apoyar esa afirmación. Es legítimo que algunas personas por diversos motivos apoyen la reforma. Pero seamos precisos: no toda redistribución es solidaria.



También te puede interesar:
Flecha izquierda
Flecha izquierda