Opinión
¿Quién chequea a los chequeadores?

Hay un músculo ciudadano que se atrofia si uno siempre traspasa a otros la tarea de identificar la mentira y la verdad. Esto no es algo que se pueda delegar.

¿Quién chequea a los chequeadores?

A mediados de la semana pasada Mark Zuckerberg anunció que pondrá fin al fact checking en Facebook e Instagram, para así “volver a nuestras raíces sobre libertad de expresión”. El anuncio fue tomado con la usual cuota de escándalo por parte de quienes aspiran a controlar las narrativas admisibles. Hace ya una década existe una enorme industria del fact checking, y esta semana han insistido sobre la importancia de su papel “en estos tiempos de desinformación”. Como en todo sistema de resguardos, suelen omitir la pregunta obligatoria: ¿quién chequea a los chequeadores?

La pregunta es pertinente por muchos motivos, algunos tragicómicos. Ahí está el caso de Snopes, una agencia de chequeo que, en su lucha contra el sitio satírico Babylon Bee, ha tratado la sátira como forma de desinformación (imagine el lector qué gracia tendría una sátira que ha sido rotulada como tal para que no la vayamos a confundir con noticias). Pero absurdos como este responden además a un evidente motivo ideológico: son solo algunas ideas las chequeadas. ¿Afirma usted que la leche de mujeres trans –producida por consumir hormona progestina– es tan buena como la leche materna? No tiene entonces nada que temer de parte de los fact checkers, que dejarán pasar esa y otras mentiras sin problema. Este tipo de chequeo no apunta, al fin y al cabo, a establecer si acaso una noticia se ajusta a la realidad, sino si acaso se ajusta a la narrativa deseada. En abril del año pasado esta lógica quedó masivamente al descubierto en el reportaje “Inside the Disinformation Industry”, publicado por UnHerd. Como mostraban ahí, ONGs dedicadas a formar índices de desinformación los creaban no en base a la veracidad de las noticias transmitidas, sino evaluando cosas como qué tan “adversarial” respecto de inmigrantes o personas trans era un sitio de noticias.

¿Cómo reaccionar? No cabe duda de que la desinformación existe. Los “chequeadores”, sin embargo, tampoco salen muy bien parados. Ocurre, por lo demás, que hay un músculo ciudadano que se atrofia si uno siempre traspasa a otros la tarea de identificar la mentira y la verdad. Esto no es algo que se pueda delegar. Debemos, por último, notar que todo esto tiene impacto no solo en la libertad de expresión y el rumbo de nuestra cultura política, sino también en los momentos cruciales de la vida democrática. Hace apenas un mes, después de todo, que en Rumania el Tribunal Constitucional canceló una elección bajo el pretexto de que una parte corría con ventaja por su uso de la desinformación. Como a nadie le importa Rumania, ahí quedó esa historia. Pero como decía el comisionado europeo Thierry Breton esta semana, “lo hicimos en Rumania y si es necesario lo haremos también en Alemania”.

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