Opinión
Paradoja migratoria

Contamos con juicios ineficaces para orientar las decisiones en una materia tan delicada, donde necesitamos justamente lo que más nos falta: una política conectada con las preocupaciones ciudadanas, pero que, al mismo tiempo, esté dispuesta a pagar costos.

Paradoja migratoria

La última encuesta Bicentenario UC confirma una paradoja que otros estudios ya habían registrado: un significativo porcentaje de la población encuestada percibe que la inmigración en Chile es excesiva, al mismo tiempo que una mayoría tiene una experiencia positiva en el trato con extranjeros. Es decir, muchos chilenos consideran que el tema migratorio es un problema de primera importancia sin que ello implique una mala disposición hacia quienes llegan al país. Se trata, en algún sentido, de una buena noticia: queda aún algo de margen para que la política, tan retóricamente generosa como ineficaz en estas cuestiones, tome cartas en el asunto. Porque la paradoja debe ser situada temporalmente: la buena disposición es por ahora. No sabemos hasta cuándo podrá mantenerse ni qué tan negativa es en aquel porcentaje que no se mide ni comenta, pero que ya está del lado que mira recelosamente a quienes vienen de fuera.

La pregunta que surge es cómo actuará el gobierno frente a esta realidad, pues hoy está en sus manos asegurar que la percepción de la crisis migratoria no se traduzca en un conflicto efectivo. Y el problema es que los anuncios y dificultades de las últimas semanas no son demasiado prometedores. La información difundida por el Ejecutivo de que regularizarían más de 180 mil migrantes fue inadecuada no tanto por lo cuestionable que sea el procedimiento ni porque haya sido responsable de que se aglomerara una multitud de extranjeros a la espera de resolver su permanencia en Chile. Ambas críticas pueden ser pertinentes, pero con independencia de ello el anuncio en sí mismo carecía de toda consciencia del escenario que los estudios describen. Y es que en materia migratoria hay efectivamente un problema, lo que exige que cada decisión se enmarque en un diseño integral, que evidencie que se están abordando todas las dimensiones del fenómeno. Si solo hace unos meses el presidente declaraba en Naciones Unidas que Chile no puede recibir a un solo migrante más, ¿cómo se explica que se avance ahora a una regularización masiva y se anuncie del modo en que se hizo? No se trata de afirmar la incompatibilidad de ambas declaraciones, pero las explicaciones que tuvo que dar el oficialismo durante la semana muestra que, al menos, las cosas se comunicaron mal. Una vez más. Y eso no es culpa, al decir del subsecretario Cordero, de los temores difundidos por los líderes de opinión. 

Ahora bien, lo aislado de la medida anunciada por el gobierno no sorprende si la vinculamos con la historia larga de quienes habitan La Moneda. Si había una materia para la que la nueva izquierda no tenía propuesta alguna era justamente la migratoria. Tal como pasó con seguridad, se trató de un problema que hubo que asumir en el camino, y para el cual las pocas ideas disponibles se mostraron inútiles. Y no porque sus aspiraciones fueran demasiado nobles –el famoso eslogan “todos somos migrantes”–; la dificultad estribaba en la total desconexión respecto del impacto que para las grandes mayorías estaba teniendo la presión migratoria, y de la complejidad que significa controlar las fronteras. 

En cualquier caso, la carencia es generalizada. La discusión sobre migración en Chile pasa de las voces estridentes que reclaman cerrar todas las entradas y echar a quienes delinquen, a las puertas abiertas por puro interés económico o por la pretensión de superar el obsoleto orden nacional. Entre estos últimos a veces predomina también una especie de pragmatismo: no hay nada que hacer con esto y por tanto hay que resignarse. Lo difícil es que los efectos de tal resignación los viven otros. Así, contamos con juicios ineficaces para orientar las decisiones en una materia tan delicada, donde necesitamos justamente lo que más nos falta: una política conectada con las preocupaciones ciudadanas, pero que, al mismo tiempo, esté dispuesta a pagar costos. Porque lo que va enojando a la gente común y acortando la distancia entre los dos lados de esta paradoja, no es que las personas sigan llegando ni tampoco su racismo atávico. Es molestia por una política que pasa de la indiferencia a la deshonestidad, en esta y muchas otras materias. ¿Sabrán esta vez ofrecer algo distinto?

También te puede interesar:
Flecha izquierda
Flecha izquierda