"Los énfasis, formación y prioridades característicos tanto de Widow como de sus herederos ayudan a recordar las deudas y carencias del mundo político moderno".
El jueves recién pasado falleció, a los 89 años, el filósofo Juan Antonio Widow Antoncich. Profesor de la Universidad Católica de Valparaíso y de la Universidad Adolfo Ibáñez en Viña del Mar, Widow fue uno de los principales exponentes criollos de la escuela tomista de cuño tradicional. Quizá el más destacado discípulo del sacerdote Osvaldo Lira, estudió también en España al alero de otro connotado filósofo, Antonio Millán Puelles. El tema de su tesis doctoral —la quinta vía para probar la existencia de Dios formulada por Tomás de Aquino— revela una de las principales convicciones de Widow y la tradición intelectual que cultivó: la congruencia entre fe y razón.
Desde esas premisas, y a partir de una mirada tan escéptica del orden liberal como comprometida con la libertad de espíritu, Widow desarrolló de forma prolífica la docencia, la investigación y la divulgación. Autor de varios libros, artículos y reseñas —era un gran lector y comentador de textos—, durante más de medio siglo promovió en diversas sedes e instancias el estudio de la filosofía política clásica y las enseñanzas sociales del catolicismo. Ante todo, sobresalió por su generosidad y vocación para formar e instruir a varias generaciones, hasta que su salud lo permitió. Dan testimonio de ello las decenas de académicos en ejercicio —incluyendo dos de sus hijos y un puñado de decanos— que reconocen una deuda de gratitud con el difunto filósofo.
Dicha libertad de espíritu condujo a Widow en más de una ocasión a sostener posiciones que ahora serían tildadas, cuando menos, de políticamente incorrectas. Desde luego, cada una de ellas ha de ser evaluada en su mérito. Pero más fructífero que limitarse a juzgar con los ojos de hoy las opiniones de ayer, es advertir que sus planteamientos no respondían a los esquemas preconcebidos que solemos asumir. Por mencionar apenas un ejemplo, Widow fue un crítico lapidario de la Unidad Popular y, sin embargo, nunca celebró las modernizaciones del régimen de Pinochet ni las lógicas económicas que predominaron en el Chile posdictadura. De hecho, era uno de los pocos autores —aunque no el único— que seguía poniendo el dedo en la llaga y estimulando la reflexión en torno a temas tabú como la usura.
Parafraseando al historiador Joaquín Fermandois en un escrito sobre su maestro, Héctor Herrera Cajas, las “preferencias sobre el orden político” de quien escribe estas líneas son distintas a las que sugería don Juan Antonio. No obstante, es preciso reconocer que los énfasis, formación y prioridades característicos tanto de Widow como de sus herederos ayudan a recordar las deudas y carencias del mundo político moderno. Y, por tanto, contribuyen a ser conscientes de los dilemas y desafíos de quien se aproxima a este mundo de modo más benevolente, a partir del mismo tipo de fuentes e inspiración.