Al intentar extender la informalidad a casi toda la investidura presidencial, el Presidente Boric la menoscaba y la priva de su dignidad.
Uno de los rasgos característicos del Presidente Boric durante su trayectoria política ha sido su coqueteo con la informalidad y la exaltación de sus propios atributos: imagen, oratoria, cercanía y cultura. El Presidente suele mostrarse en público sin corbata, con boina, chaquetas de cuero y barba larga, publica que llega a La Moneda a las 9 de la mañana, y acostumbra a salirse del guion confiado en sus dotes discursivas. Estas actitudes también lo han llevado a cometer múltiples errores no forzados. Recordemos su lapsus con el “Evangelio de San Pablo”, cuando increpó a la UDI en el tono “¿con qué cara no se sientan a conversar?” o más recientemente, al confesar en una inexplicable conferencia de prensa de más de 50 minutos un posible delito por omisión en el marco del caso Monsalve.
Podría pensarse legítimamente que la crítica es exagerada y que estas cosas pueden ocurrirle a cualquiera. Pero al intentar extender la informalidad a casi toda la investidura presidencial, el Presidente Boric la menoscaba y la priva de su dignidad. En sus intentos por exaltar su personalismo, el Presidente ha provocado situaciones menos felices, incluso con muestras de una extraña prepotencia en público. Los ejemplos son múltiples: el momento en que, con todos sus ministros detrás, se burló de la pregunta de una joven periodista de La Tercera; cuando siguió para confrontar a otro periodista de la radio Bío-Bío. Aquella vez que, en la ceremonia final del proyecto del FES, le dijo al diputado Oyarzo “¿Qué está haciendo usted acá? ¡He escuchado sus declaraciones, dígamelas a la cara!”; cuando acusó al Congreso de intervenir en otros poderes por la destitución de Sergio Muñoz mientras en La Moneda ya estaban en conocimiento del caso Monsalve; y cuando reprendió enérgicamente a su jefa de prensa, quien sólo cumplía con su trabajo durante su incomprensible conferencia de prensa.
Detengámonos un momento en el último caso que podría parecer anecdótico pero que sirve para ilustrar el punto. A veces da la impresión de que el Presidente Boric contribuye al deterioro de la institución presidencial al atarla con arranques que dependen de su estado de ánimo. El incidente con la funcionaria no fue un gesto de autoridad a raíz de su transparencia con el pueblo (como han querido argumentar algunos defensores del Gobierno), ni tampoco un impasse sin relevancia. Es, más bien, una muestra de la liviandad que ha sufrido la ya dañada investidura presidencial al sujetarla a los vaivenes personales de quien la ocupa: al regañar públicamente a su subordinada directa, el Presidente Boric mostró que no fue capaz de percatarse del espectáculo que estaba dando con sus respuestas. Debido a su ego, pensó que lo estaba haciendo espectacular y prefirió ignorar los consejos de su asesora.
Es importante señalar que la autoridad es fundamental para el mantenimiento de cualquier orden político y debe ejercerse con humildad. Por lo tanto, si el gobernante se enfoca sólo en mostrar sus propias cualidades, está demostrando que utiliza sus atribuciones presidenciales más para su beneficio personal que para el bienestar del país. De esa manera, mientras Boric obtiene visibilidad y aplausos de fanáticos, al mismo tiempo socava la institución que le permite hacer eso. La informalidad con la intención de ser una figura “transparente”, lleva a que el Presidente Boric se equivoque constantemente.
¿Qué ganas de intentar aconsejar o corregir al Presidente quedan si en público desoye a quienes se preocupan por él? Nicolás Maquiavelo, en El Príncipe, aconsejaba con énfasis nunca menospreciar a los subordinados, pues entendía que la autoridad y lealtad dependen del ejemplo que el gobernante da en el cuidado de sus colaboradores para que lo sigan respetando. Pero este Presidente, por momentos, ha hecho todo lo contrario: está y seguirá enceguecido por su propia imagen y sus formas, aunque se equivoque una y otra vez.