Siempre han existido formas de irreflexividad conservadora, y con seguridad seguirán existiendo. Pero es la fe en el progreso la que hoy nos tiene renunciando a pensar y creyendo que solo tenemos un camino por delante.
“Este es un tema controvertido y lo ha sido siempre. Independiente de eso, el presidente ha decido avanzar en su compromiso con las mujeres,” afirmaba hace unos días la ministra Vallejo a propósito del anuncio de aborto libre en la Cuenta Pública. Las opiniones, naturalmente, se dividieron tanto sobre el fondo como respecto de la pertinencia de copar la agenda con estas discusiones. Pero son, hecha esa precisión, discusiones imposibles de evadir. Enfrentarlas de modo ecuánime requiere, con todo, enmarcarlas de un modo bastante distinto a como se está haciendo. Habría que señalar, en primer lugar, que esta cuestión no enfrenta a mujeres y hombres, como lo pretendió el Presidente, sino que enfrenta más bien a personas con visiones de mundo distintas (con las mujeres, como es manifiesto, desempeñando un papel central en ambos lados del debate).
Pero vale la pena prestar atención también a otro punto revelado en las palabras de la ministra Vallejo: la tendencia incontenible a enmarcar estas discusiones en una historia unidireccional. Es lo que subyace a cada frase de los últimos anuncios: la pretensión de que aquí se está para “avanzar y no retroceder”. Lo primero que deberíamos notar es que no hay modo lógico de compaginar esta creencia con el reconocimiento de que estos temas son efectivamente controvertidos. Si son legítimamente disputados, pasa a ser debatido qué constituye un avance y qué no, y pasa a ser aceptable no solo permanecer como estamos sino también “retroceder”. Habría que preguntarse si la invitación a un debate democrático incluye esa posibilidad.
Pero más allá de eso, la fe en el progreso acaba también minando ese núcleo básico de escepticismo que es necesario para aproximarse a la realidad con políticas cautelosas, reversibles, atentas al daño que pueden causar. Estos días, la discusión sobre el tratamiento dado a niños identificados como trans nos ha ofrecido una ilustración ejemplar de la importancia de esta mentalidad. El reportaje “Pubertad interrumpida”, de Sabine Drysdale, ha puesto al descubierto el acelerado paso a intervenciones radicales, la toma de medidas irreversibles, y el daño así causado en niños y adolescentes. Esta es una discusión que exige mil cuidados, por cierto, pero si algo ha dejado al descubierto es que en la pasión por avanzar, creyendo estar del lado correcto de la historia, no es nada raro terminar atropellando a los más vulnerables. Siempre han existido formas de irreflexividad conservadora, y con seguridad seguirán existiendo. Pero es la fe en el progreso la que hoy nos tiene renunciando a pensar y creyendo que solo tenemos un camino por delante.