Opinión
El nuevo clivaje

A la hora de comprender tanto el comportamiento electoral como los pactos partidarios, el clivaje de 1988 —sin desaparecer por completo— pasó a un notorio segundo plano. Como ayer volvió a confirmarse, la fractura que trajo consigo el 18-O y todas sus esquirlas hoy es políticamente más importante. Veremos por cuánto tiempo.



El nuevo clivaje

José Antonio Kast es el flamante Presidente electo de la República. Ni sus partidarios más entusiastas habrían anticipado este resultado pocos años atrás: un discípulo de Jaime Guzmán, denostado por la intelligentsia (con escaso rigor) como exponente de la "ultraderecha", se convirtió en el mandatario más votado de nuestra historia. Ninguna alusión al “péndulo” o al “voto de castigo” basta para explicar este escenario.

En efecto, con independencia de los méritos de Kast y del amplio elenco de partidos que lo respaldó ante la exministra Jara, dicho resultado es el corolario de varias derrotas relevantes para el progresismo. Bajo el gobierno de Boric, desde la reinstauración del voto obligatorio y el monumental triunfo del Rechazo —donde el Apruebo perdió en todas las regiones y en más de 330 comunas—, las izquierdas han acumulado fracasos. 

Así, en las elecciones municipales y regionales de 2024 la oposición consiguió su mayor avance territorial en décadas, imponiéndose en 7 de 8 disputas (más votos en alcaldes, concejales, cores y gobernadores regionales, y más candidatos electos en las tres primeras). Y en los comicios presidenciales de noviembre, mientras Kast, Kaiser y Matthei se encumbraban sobre el 50%, el oficialismo obtuvo su peor rendimiento desde mediados del siglo XX. Ayer, con la derrota de Jara en todas las regiones y en 35 comunas en las que nunca había perdido la izquierda en segunda vuelta, parece consolidarse un cuadro inédito.

En paralelo, se ha perfilado un reordenamiento de las alianzas de parte de los grupos dirigentes. Nuevamente, el punto de inflexión fue el plebiscito constitucional de 2022 —ahí emergió la centroizquierda por el Rechazo—, pero la reciente campaña para el balotaje sugiere que el fenómeno no fue del todo pasajero. Al respaldo a JAK de exministros y otras figuras de la otrora Concertación se sumó el significativo gesto del expresidente Frei, quien sinceró su “coincidencia en los temas esenciales” con el Presidente electo.

En este contexto, no sorprende que David Altman y otros académicos, analistas e intelectuales adviertan el posible surgimiento de un nuevo clivaje. No se trata, por supuesto, de que la mayoría de las personas voten con la fallida Convención en mente. Tampoco de que exista una única división o variable política excluyente (basta pensar en el creciente sentimiento anti-política y sus implicancias). El punto central es que a la hora de comprender tanto el comportamiento electoral como los pactos partidarios, el clivaje de 1988 —sin desaparecer por completo— pasó a un notorio segundo plano. Como ayer volvió a confirmarse, la fractura que trajo consigo el 18-O y todas sus esquirlas hoy es políticamente más importante. Veremos por cuánto tiempo.



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