Careciendo de un diagnóstico propio del país, sería una mala decisión por parte de la derecha ignorar por todo esto el informe.
Entre las variadas materias que toca el reciente Informe de Desarrollo Humano del PNUD se encuentra la brecha que separaría a la elite económica del resto de las elites. En contraste con la elite política, simbólica y social, notan los autores del informe, la elite económica prioriza seguridad y crecimiento. Un 51% de la elite política, por ejemplo, anhela un país con más derechos sociales, lo que solo es el caso en el 12% de la elite económica. La diferencia es relevante. Lo que convenientemente omite el relato que acompaña a estos datos, sin embargo, es el hecho de que ese sueño lo comparte un 24% de la ciudadanía, que así se ubica más cerca de la elite económica que de las otras elites. En el deseo de un país más seguro y ordenado esa coincidencia es todavía mayor: es el sueño de un 35% de la ciudadanía y un 36% de la elite económica; y solo de un 16% y 17% de las elites política y social.
De ahí no se deriva, desde luego, que la elite económica esté en sintonía en todos los planos con la gente. Pero parece ser que en este minuto la elite política, simbólica y social se encuentra especialmente desconectada . En cualquier caso, llama la atención la distancia entre los datos que el informe entrega y el relato del que se acompaña. El salto entre esas dos dimensiones obliga, de hecho, a tomar en serio las críticas formuladas hace una semana por Fernando Claro (“ONU, PNUD e ideología”). Hay un problema de domicilio político. “¿Por qué nos cuesta cambiar?” se titula el documento, pero asume de entrada la dirección que debe tener ese cambio. Proviene, al mismo tiempo, de un organismo que supuestamente nos pertenece a todos. ¿Se debe aceptar esa disonancia sin más? Incluso en términos estratégicos, si el informe busca transmitir un diagnóstico relevante para todos los chilenos, resulta algo inexplicable que no logre algo más de distancia respecto de las tesis políticas de sus autores.
Careciendo de un diagnóstico propio del país, sería una mala decisión por parte de la derecha ignorar por todo esto el informe. Habría ganado si en décadas pasadas hubiera prestado atención a los sucesivos informes del PNUD. Pero no es menos evidente que su lectura debe ir acompañada de una importante dosis de crítica. Después de todo, desde el conocido documento de 1998 sobre las paradojas de la modernización, la propia izquierda tiene una larga discusión interna sobre estos informes. El primero de estos debates está excelentemente sintetizado por Ascanio Cavallo y Rocío Montes en "La historia oculta de la década socialista". Fue ahí que comenzó la discusión sobre el “malestar”, discusión que luego tuvo su clímax en el estallido. Los puntos ciegos de entonces, a uno y otro lado, siguen presentes hoy.