Una cosa es que haya casos de disconformidad radical con el propio cuerpo, y otra cosa es la epidémica expansión de este problema durante los últimos años. Eso parece obedecer más bien a la negligencia en el modo de abordarlo. Baste pensar en la liviandad con que se comparte por redes sociales afirmaciones como que un niño de 5 años puede identificarse como trans, para luego acabar dando tratamiento “afirmativo” a los adolescentes cuya confusión aumenta tras crecer expuestos a ese tipo de sin sentido.
Un mes atrás se cumplía en España el primer año de una controversial ley trans. Pero mientras el gobierno español celebraba dicho aniversario con la sensación de que las críticas pueden ser ignoradas, el escenario se iba volviendo algo más complejo al norte de Europa. Hace algún tiempo que Inglaterra comenzó a seguir los pasos de lugares como Suecia, donde reina creciente escepticismo ante el daño irreversible que se estaba causando en una cantidad enorme de adolescentes. Siguiendo los pasos del país escandinavo, el uso de bloqueadores de pubertad fue crecientemente suspendido en Inglaterra durante el último mes, y todo culminó esta semana con el devastador Informe Cass (por la doctora Hilary Cass, a cuyo cargo estuvo).
Todo esto nos pone ante importantes preguntas. Porque una cosa es que haya casos de disconformidad radical con el propio cuerpo, y otra cosa es la epidémica expansión de este problema durante los últimos años. Eso parece obedecer más bien a la negligencia en el modo de abordarlo. Baste pensar en la liviandad con que se comparte por redes sociales afirmaciones como que un niño de 5 años puede identificarse como trans, para luego acabar dando tratamiento “afirmativo” a los adolescentes cuya confusión aumenta tras crecer expuestos a ese tipo de sin sentido. Estamos ante una falla colosal de grandes instituciones médicas, pero también de los gobiernos, de la opinión pública, y de los adultos en general.
¿En qué estamos en Chile? Si se mira la agenda del gobierno (cuyo programa inicial traía hasta “cupo laboral trans”), la afinidad con la situación española parece obvia. La normalización de la transexualidad es, para muchos en las filas de gobierno, la gran causa de derechos humanos de nuestro tiempo. Pero nuestra situación es de hecho más grave que la de España. Allá no solo se dividió la opinión pública, sino que se fracturó de modo manifiesto el movimiento feminista. Acá, en cambio, parecemos encontrarnos en un estadio ingenuo de la discusión, sin que muchos parezcan interesados en siquiera tomar nota del marcado vuelco que tiene lugar en otros países. Mientras la prensa inglesa dio cobertura de primera magnitud al Informe Cass, acá nadie parece saber si levantar siquiera alguna pregunta.
Esto plantea además cuestiones que exceden la discusión sobre la transexualidad. Sugiere preguntas, por lo pronto, sobre la importancia de preservar proyectos culturales y educativos capaces de resistir este tipo de agendas. La discusión de las últimas semanas sobre educación no sexista es un recordatorio más de la delicada situación que enfrentamos en esta materia. También es un recordatorio más de lo crucial que es para el futuro de nuestra sociedad la subsistencia de instituciones, subculturas, mundos, o como se quiera describirlo, que resistan el progresismo dominante. Eso supone una sociedad civil fuerte, pero también supone individuos mínimamente dispuestos a llevar la contra. Nuestra discusión pública no necesita fanáticos que se niegan a conversar con el vecino, pero sí requiere de personas valientes que puedan articular las razones de su oposición. En esta materia han sido extremadamente pocos.