Los horizontes de la izquierda no se ampliarán en una red paralela, no verán ahí las cosas que se les han escapado por al menos una década. Tal vez cabría además volver sobre los paralelos con la migración de la vida real. Porque a quienes pensaban solucionar sus problemas partiendo al extranjero, algunos escritos estoicos les recordaban que al viajar llevarían su naturaleza consigo. Tal vez eso explique la explosión de quejas (42.000 en una reciente jornada) que ha tomado por asalto a Bluesky. También en las migraciones virtuales se lleva consigo esa naturaleza.
Algunos se van de Chile, otros se van de Twitter. No son discusiones de igual peso, pero con sus semejanzas y diferencias ilustran bien algunos problemas del momento. Podemos ilustrar el primero de estos debates con una columna de Axel Kaiser, quien tras retratar el paupérrimo panorama económico concluye a la luz de este que es “más que entendible y justificado” si muchos piensan en abandonar Chile. Es una alternativa que varias cartas y columnas de la semana han planteado. Y obviamente hay aquí espacio para mucha deliberación caso a caso, en lugar de un juicio sumario. Pero lo llamativo del argumento de Kaiser es la completa omisión de cualquier pregunta respecto de lo que uno pueda deber al país. No es que cada uno deba resolver de manera personal la tensión entre la gratitud por lo recibido y las mejores expectativas en otra tierra; esa tensión ni siquiera existe en su argumento, porque el primero de sus polos no aparece.
El segundo de los casos aludidos –una migración virtual– puede parecer más liviano. Es el llamado de múltiples usuarios de Twitter a abandonar esta red social para sumarse a Bluesky. Esa sería, tras la elección de Trump, la respuesta adecuada al ambiente “tóxico” que reina en la red adquirida por Elon Musk. Sobra decir que el caso es distinto al “me voy de Chile”. Respecto de la patria uno tiene deberes, respecto de Twitter ninguno. Bien cabe, por tanto, cerrar la cuenta (de esta y otras redes) sin mayor deliberación.
Pero hay una razón por la que esta cuestión importa: la fuga de progresistas solo profundizará el abismo de incomprensión que experimentan ante las opiniones de buena parte de la ciudadanía. Y este es un problema mayor. Qué red social use cada uno es, obviamente, harto más trivial que la relación que se tenga con el país. Sin embargo, esta migración virtual nos indica cuán lejos está una parte de la izquierda ilustrada de notar siquiera la cámara de eco en que se encuentra. En una reciente entrevista, una de las creadoras de Bluesky describía su red social como un espacio sin “odio, ni intolerancia, ni desinformación”. Plagas que afectan solo a otros.
Los horizontes de la izquierda no se ampliarán en una red paralela, no verán ahí las cosas que se les han escapado por al menos una década. Tal vez cabría además volver sobre los paralelos con la migración de la vida real. Porque a quienes pensaban solucionar sus problemas partiendo al extranjero, algunos escritos estoicos les recordaban que al viajar llevarían su naturaleza consigo. Tal vez eso explique la explosión de quejas (42.000 en una reciente jornada) que ha tomado por asalto a Bluesky. También en las migraciones virtuales se lleva consigo esa naturaleza.