Hay una razón más para mirar con buenos ojos la medida de Desbordes: en este y otros planos, es bueno que alguien haga algo. Nuestro sistema político está hoy trabado, y no hay problema importante en que no se note. Pero en las comunas pueden pasar cosas, puede haber genuina acción.
El pasado viernes asumieron los nuevos alcaldes, y en la comuna de Santiago una de las primeras medidas fue arriar la bandera que desde 1992 simboliza la causa mapuche y la que recoge las causas LGBT. En su lugar flamean solo la de la comuna y la de la nación. Vale la pena notar que la diferencia no es solo entre particularismo y universalismo, ángulo que muchos han tocado. La diferencia también se puede describir fijándonos en la palabra “causa”. Chile no es una causa, ni tampoco la comuna de Santiago lo es. Y por cierto, para una enorme porción de personas su orientación sexual y su pertenencia étnica, les importe mucho o poco, tampoco lo es. La política identitaria, en cambio, es cuestión de causas. Dividió al país en causas e impidió que los sectores políticos levantaran algo muy distinto de una causa: un proyecto.
En ese sentido, el cambio de banderas puede augurar algo positivo. Quienes tienen su vida girando en torno a causas se molestaron, y han denunciado la medida del nuevo alcalde como un atentado contra la diversidad. No tiene por qué serlo. Bajo las banderas que hoy flamean el alcalde puede trabajar sin problema con todos los ciudadanos; como él mismo ha notado, habrá también ocasiones especiales que vuelvan razonable la presencia de tal o cual bandera. Por lo demás, lo verdaderamente notable fue lo insignificante de la reacción en su contra. Era la presencia singular de esas banderas lo que requería justificación, y esa justificación aparentemente no existía.
Por otro lado, hay diferencias entre las dos causas ahí simbolizadas. Hay zonas de Chile donde la bandera mapuche sí puede flamear como ingrediente central de una identidad compartida. Ahí es más que una causa. Para la causa de la diversidad sexual, en cambio, el ajuste parece algo mayor. De algún modo se ha imaginado a sí misma como una causa en la que todos caben, como si encarnara mejor que nadie el inclusivismo actual. Parecía ser la religión civil de nuestro tiempo, o así lo imaginaron al menos algunos de sus adherentes. Para quienes soñaron algo así, la bandera arriada no puede sino verse como una suerte de profanación. Pero ahí falta, como es evidente, un significativo autoexamen: hasta un punto esta causa se ganó el corazón de nuestro tiempo; dadas sus pretensiones, sin embargo, no logró ser tal religión civil.
Pero hay una razón más para mirar con buenos ojos la medida de Desbordes: en este y otros planos, es bueno que alguien haga algo. Nuestro sistema político está hoy trabado, y no hay problema importante en que no se note. Pero en las comunas pueden pasar cosas, puede haber genuina acción. En la medida en que la haya, veremos si hay proyecto.