La evidencia y las visiones de mundo pueden dialogar a un nivel más complejo, algo que tal vez debiéramos tener a la vista en la discusión nacional sobre las humanidades, las ciencias y la universidad.
El 13 de junio la Sociedad Chilena de Endocrinología y Diabetes hizo pública una declaración en que reconocía la necesidad de evidencia científica de mejor calidad sobre los efectos adversos de los tratamientos hormonales en el caso de niños identificados como trans. Se trata de una declaración cautelosa, pero además de recordar esos efectos recoge el hecho de que en muchos casos es otro el problema subyacente (desde trastornos alimentarios a condiciones de neurodiversidad). En el contexto del debate internacional sobre este tema, la declaración no tiene nada de sorprendente.
Pero no todas las sociedades médicas reaccionaron así. La Sociedad Chilena de Pediatría emitió un comunicado que se ubicó en el polo opuesto, procurando disipar toda duda sobre estos tratamientos. Los secundó, además, el Colegio Médico. ¿Cómo debe reaccionar en estas circunstancias el ciudadano que busca orientarse? En sociedades que se pretenden basadas en el conocimiento, esta pregunta es acuciante. Pero el ciudadano no está a ciegas, y al menos en cierto nivel puede juzgar. Puede preguntarse qué declaraciones toman siquiera en cuenta los argumentos que han sido levantados en sentido contrario. Puede revisar qué declaración toma en serio la discusión global sobre estos asuntos. Puede preguntarse si una declaración ayuda a la comprensión o pretende poner fin a la incipiente discusión nacional (que en otros países ya ha llevado a drásticas medidas). Y pase lo que pase con este asunto concreto, no está de más notar que en juego está también la confianza en la ciencia.
Esa confianza, cuando existe, no significa que estos debates se resuelvan solo en el plano científico. La evidencia observada suele integrarse en comprensiones previas de la naturaleza del ser humano, y esas comprensiones no se alteran por el último artículo científico que haya sido publicado. Eso no significa que la evidencia esgrimida sea pura máscara que oculta las posiciones asumidas de antemano. La evidencia y las visiones de mundo pueden dialogar a un nivel más complejo, algo que tal vez debiéramos tener a la vista en la discusión nacional sobre las humanidades, las ciencias y la universidad. En lo más inmediato, en cualquier caso, parece crucial lo que ocurra en otro nivel: el Minsal ha creado un comité experto para evaluar la continuidad de estas prácticas, pero los nombres de quienes lo integran no han sido revelados. ¿Están sus trayectorias libres de activismo? ¿Es un espacio en que visiones rivales están equilibradamente representadas? ¿No debiéramos conocer estos nombres como primer paso si se quiere empujar esta discusión en una dirección que inspire alguna confianza?