Opinión
Ayaan Hirsi Ali, Niall Ferguson y el cristianismo

Basta pensar en las recientes palabras de la ministra Orellana sobre el arzobispo Chomali para captar el aire de siglo XIX que cubre estos asuntos en la discusión nacional. Las palabras de Ferguson, sin embargo, son bien ilustrativas de un nuevo clima: “voy a aprender”. En respuesta a unas crisis políticas y culturales, de seguro, pero también por una refrescante apertura espiritual.

Ayaan Hirsi Ali, Niall Ferguson y el cristianismo

Hace poco más de un año, bajo el título “Por qué ahora soy cristiana”, Ayaan Hirsi Ali anunció en la revista Unherd su conversión al cristianismo. Nada en su trayectoria vital sugería ese vuelco. Como mujer que había dejado un trasfondo islámico y evitado un matrimonio forzado en Somalia, su temprana carrera europea había sido en la política holandesa y el mundo del “nuevo ateísmo”. Nadie menos que Christopher Hitchens la describió en su momento como el mayor ejemplo de intelectual público en haber emergido de África. Ahora, en cambio, su carrera ilustra más bien lo rápido que ha envejecido ese nuevo ateísmo.

Ese envejecimiento va de la mano, como es obvio, de un cambio en nuestra situación política y cultural. La columna de Hirsi Ali partía, de hecho, situándose en ese plano, hablando del “resurgimiento del autoritarismo y el expansionismo de las grandes potencias en las formas del Partido Comunista Chino y la Rusia de Vladimir Putin”, del “auge del islamismo global” y de “la propagación viral de la ideología woke, que está corroyendo la fibra moral de la próxima generación”. Así resumía todas las grandes amenazas geopolíticas y culturales que veía en el horizonte.

A la luz de esas líneas, no es extraño que en noviembre de 2023 se le acusara de haber tenido una conversión puramente política. Pero una lectura atenta de su columna no sugería nada de eso. Las preguntas por la verdad y por el sentido estaban igualmente presentes en su texto, tal como en sus intervenciones posteriores. A las preguntas políticas y culturales unía las existenciales. 

Vale la pena volver sobre ese cruce un año más tarde, pues la semana pasada también su marido, el destacado historiador Niall Ferguson, hizo pública su conversión del ateísmo al cristianismo. Y Ferguson sí confiesa haber tenido una mirada funcional de la religión. Como historiador se le había tornado cada vez más clara la dificultad de organizar una sociedad viable sin religión. Podía, en consecuencia, mirar y casi cultivar la religión como algo socialmente útil. Pero esa era la mirada previa a su conversión. Ahora ha dejado atrás esa valoración puramente funcional. Como lo formulara hace unos días en conversación con The Australian, ahora va “a la iglesia en un espíritu de fe. Y voy a aprender”.

No es el tono que predomina entre nosotros. Basta pensar en las recientes palabras de la ministra Orellana sobre el arzobispo Chomali para captar el aire de siglo XIX que cubre estos asuntos en la discusión nacional. Las palabras de Ferguson, sin embargo, son bien ilustrativas de un nuevo clima: “voy a aprender”. En respuesta a unas crisis políticas y culturales, de seguro, pero también por una refrescante apertura espiritual.


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