Participante habitual de los debates estadounidenses, el académico y analista político Yuval Levin conoce muy bien las tradiciones intelectuales que confluyen en la derecha. Su libro El gran debate. Edmund Burke, Thomas Paine y el nacimiento de la derecha y de la izquierda, publicado en inglés en 2014, explora las raíces históricas de esas etiquetas que, hasta el día de hoy, generan intensas discusiones.
En esta entrevista aborda en detalle las encrucijadas que la derecha atraviesa hoy. Las pugnas dentro del Partido Republicano, el lugar de las agendas conservadoras o cómo el individualismo y las dinámicas identitarias han modificado las maneras de hacer política son algunos de los temas que trata con su habitual lucidez, lo que lo ha llevado a ser reconocido como uno de los intelectuales conservadores más influyentes de Estados Unidos.
En uno de tus primeros libros trabajas los orígenes intelectuales de la distinción entre izquierdas y derechas a partir de los debates entre Edmund Burke y Thomas Paine. Después de Trump, Biden y el auge de ciertos gobiernos populistas en Occidente, ¿sigues pensando que este debate describe con precisión las diferencias entre izquierdas y derechas?
Creo que hay algunas distinciones fundamentales entre izquierda y derecha que siguen siendo muy relevantes. En términos generales, la izquierda tiende a pensar sobre la vida política en términos de opresores y oprimidos, de fuertes y de débiles. Y la derecha tiende a pensar en la vida política en términos de orden y desorden, o de civilización y barbarie. Esas categorías siguen siendo muy relevantes. Pero también creo que hemos vivido un cambio en la política estadounidense en este siglo que no es exactamente una inversión en el eje izquierda-derecha, sino la aparición de un nuevo clivaje que podría denominarse interior-exterior.
¿Qué cambios introduce esa nueva categoría?
La izquierda en Estados Unidos tendía a verse a sí misma como el partido exterior, luchando contra el establishment y golpeando las ventanas de las instituciones de élite. Y la derecha tendía a verse a sí misma como dueña de esas instituciones o defendiéndolas. Eso se ha transformado completamente en el siglo XXI: la derecha se ve como el partido exterior que lucha contra el establishment y las élites, mientras la izquierda no se ve de esta manera. Creo que este cambio arroja una luz diferente.
Una de las principales diferencias que destacaste entre ambos sectores fue el modo en que comprenden el pasado. Mientras la derecha tiende a conservarlo, la izquierda piensa en la refundación de la sociedad. ¿Cómo es posible construir una comprensión justa del pasado?
Cómo pensar en la tradición de la que formas parte es un reto tremendo en cualquier sociedad. Es la pregunta fundamental para todo conservador, y creo que no se puede evitar ir haciendo el pasado a medida que se trata de vivir según él. También hay formas de hacerlo que son más fieles a la realidad de la historia de una nación, y otras que lo son menos. El lugar de nuestra tradición política es un debate muy vivo en Estados Unidos. Hay gente en la derecha que quiere abandonar esa tradición, pues la ve como parte de una tradición liberal fracasada que es parte del problema.
Creo que el reto consiste siempre en comprender que el pasado son generaciones de personas que intentan hacer lo mismo. Estamos tratando de vivir de una manera decente para criar buenos hijos, para equilibrar de alguna manera la justicia y el orden, etc. Tenemos que aprender de las generaciones anteriores porque algunas de las cosas que hicieron fueron más impresionantes que cualquier cosa que pudiéramos hacer nosotros. Pero también tenemos que aprender de sus errores, y ese tipo de conservadurismo maduro es muy difícil de mantener y conseguir. Ahora más que nunca, creo que ese es el reto para los conservadores.
¿Cuál es tu opinión respecto de los intelectuales de la derecha estadounidense que promueven proyectos posliberales, como Patrick Deneen o Adrian Vermeule?
Creo que esa oposición tiene sus raíces en una caricatura de la tradición liberal. Toma la teoría liberal más superficial y la trata como si fuera la realidad de la práctica liberal, y no lo es. Parten de preocupaciones reales sobre las condiciones de una sociedad para criar buenos hijos, sostener la religión, una vida moral, etc. Creo que subestiman la posibilidad de la libertad religiosa y el potencial de una genuina diversidad moral.
¿A qué te refieres con eso?
A la posibilidad de que diferentes comunidades puedan realmente vivir juntas y, al mismo tiempo, vivir fieles a sus creencias. Para mí lo más extraño de esto es que lo defiende una pequeña minoría y, sin embargo, es un argumento en contra de la protección de las minorías. Si viviéramos en una nación con una inmensa mayoría católica, gran parte de la cual fuera muy tradicionalista, entonces podría entender la opinión como ‘bueno, esto es lo que hace la mayoría, así es como vive la mayoría, y por tanto debería dominar’.
Algo así como los judíos ortodoxos en Israel…
Claro, pero los católicos ortodoxos en Estados Unidos son una porción muy pequeña de la población. En lugar de imaginar que podrían llegar a dominar el orden político de toda la nación, uno pensaría que ellos valoran las prácticas e instituciones que los protegen y les permiten vivir en sus comunidades de la manera que quieren. No hace falta mirar mucho Estados Unidos para ver que esa no es la dirección hacia la que nos dirigimos.
A veces da la impresión de que la agenda posliberal es otra agenda identitaria más, algo así como un wokismo de signo opuesto…
Ellos rechazan la posibilidad de la sociedad liberal. Hay una alineación irónica entre la política identitaria de la izquierda y un cierto tipo de política de identidad de la derecha que ve el debate público como una arena de amigos y enemigos. Esa no es mi visión de la política. Soy un aristotélico, y creo que el debate público es una arena de conciudadanos y que nuestros conciudadanos no son enemigos.
El desafío, entonces, es aprender a vivir juntos…
La realidad de nuestra vida política nos ha demostrado que se puede lograr una enorme diversidad. No estoy seguro de que eso sea palpable en teoría, pero estoy seguro de que es alcanzable en la práctica. Miras a tu alrededor y aquí está. Necesitamos una teoría mejor y no obligar a nuestra práctica a las exigencias de la teoría liberal o postliberal.
Un asunto que ese mundo desarrolla extensamente es la tensión entre la defensa del libre mercado y los valores tradicionales. ¿Qué piensas tú al respecto?
Pienso que la derecha en Estados Unidos se volvió demasiado libertaria y centrada en la economía y el libre mercado en la década de los noventa y 2000. Y que esa decisión exigió una reacción. Hay una tensión real entre el capitalismo y la vida moral y creo que tenemos que estar atentos a esa tensión, pues requiere un constante esfuerzo de educación y de virtud.
¿Cómo lo hacemos?
Hay momentos en que las demandas del mercado realmente tienen que ser subordinadas a las exigencias de una sociedad decente. No creo que eso signifique que no podamos tener una sociedad liberal. Las sociedades liberales siempre han vivido con esa tensión; esa tensión vale la pena porque hace posible una extraordinaria prosperidad, felicidad y virtud.
Una agenda conservadora también necesita del Estado. Pienso en Estados Unidos, por ejemplo, y en las dificultades con los posnatales, los jardines infantiles, la salud, la protección familiar. ¿Cómo conciliar las demandas de los grupos conservadores con la idea de un Estado más responsivo?
Es una cuestión de grado y creo que el gobierno debiera cumplir un rol más significativo en el mantenimiento de las condiciones para la vida familiar. Necesitamos más beneficios para los padres, para las madres de niños pequeños y eso es acción del gobierno. No hay forma de evitarlo. Y creo que eso puede convivir con una visión de la economía que, en última instancia, sugiere que los mercados son la forma más eficiente para producir prosperidad.
¿De qué modo se puede compatibilizar?
La prosperidad económica no es lo único que importa. Pero eso no significa que debamos pretender que hay otra teoría económica que funciona tan bien como los mercados. Llegar a ese equilibrio es muy difícil, pues creo que todo el mundo pretende que digamos que los mercados son la solución a todo o la causa de todos los problemas. El libre mercado es un sistema económico extraordinariamente eficaz, pero si vemos la necesidad de familias y comunidades fuertes, la verdad es que ninguna riqueza compensará la degradación de nuestra sociedad.
¿Cuáles son los principales problemas de los políticos conservadores en Estados Unidos actualmente?
Creo que el Partido Republicano se define demasiado por lo que está en contra y no ofrece a la ciudadanía una visión suficiente de lo que está a favor. Es un partido antiizquierda, pero tiene mucho menos claro lo que significa ser el partido de la derecha en Estados Unidos, y parte de ello es a causa de cierto tipo de populismo que se ha vuelto muy dominante en la política republicana. Y el populismo es inherentemente antagónico. Al convertirse también en un partido antiélites, le resulta difícil decir al público qué haría con las instituciones de gobierno si las ganara, incluso cuando las gana.
También creo que el partido está minado ahora por su asociación con Donald Trump y su fidelidad a él, que es muy personal, y por lo tanto no transmite realmente una visión del país.
Pareciera que es una dinámica que también se repite en el Partido Demócrata…
Creo que nuestros dos partidos políticos están en un mal momento. La política estadounidense está en una situación bastante inusual.
¿Por qué?
No hemos tenido un partido mayoritario desde la década de 1990. Durante la mayor parte de la historia estadounidense ha habido un partido mayoritario que mantiene unida una coalición que es difícil mantener unida, y un partido minoritario que intenta crecer. Hay realineamientos constantes, y se pasa por un periodo en el que los republicanos son mayoría y otro en el que lo son los demócratas. Pero desde mediados de los noventa, ambos partidos han sido minoritarios y un partido minoritario se define contra el otro partido.
¿Hay alguna versión alternativa a Trump en el Partido Republicano? ¿Cómo se construye un espacio para el mundo conservador que toma distancia de Trump?
Es un problema muy grande. Mi opinión es que ese espacio solo puede abrirse realmente dentro del Partido Republicano. Hay gente que piensa que podría haber algún espacio para ello en el Partido Demócrata, también hay otros que intentan construir un tercer partido. No creo que eso sea factible.
¿Por qué?
Creo que la lucha que hay que emprender es la del Partido Republicano. También creo que, hasta cierto punto, el atractivo de Trump es personal, y eso significa que sin él se abre cierto espacio. Ha habido un experimento interesante este año porque para todos los debates en las primarias republicanas, él simplemente no ha aparecido. Así que han sido debates sin él, y ha habido muchos más parecidos con el Partido Republicano de los años anteriores a Trump. Así que tengo un poco de esperanza de que después de Trump, y por supuesto no sabemos cuándo será, se abrirá más espacio para ese tipo de conservadurismo.
¿Un regreso a Reagan?
No creo que ese momento vaya a estar dominado por el conservadurismo de la forma en que lo estuvo en la década de 1980. No creo que ese sea el lugar donde está el partido ni el país. La derecha seguirá siendo un movimiento populista. La cuestión relevante es que mi tipo de conservadurismo influya en el partido de manera significativa. Creo que después de Trump la respuesta será afirmativa y, en cierto modo, ese es el momento para el que yo y otros nos estamos preparando.
No creo que volvamos a tener un partido tan dominado por el conservadurismo tradicional como hace una generación. Pero sí creo que hay espacio para que en un partido post Trump el conservadurismo tradicional cumpla un papel mucho más relevante que ahora. Sin embargo, un gran partido en un sistema bipartidista siempre va a ser una coalición. Y los conservadores nunca han sido la única fuerza en el Partido Republicano. Y ciertamente no lo somos ahora. Pero creo que podemos ser más efectivos y significativos.
En una columna que publicaste en el New York Times señalas que Trump y Biden comparten la debilidad como rasgo común…
Sí, creo que estamos viviendo un periodo de presidentes débiles. Nuestra política está obsesionada con la Presidencia y todo el mundo solo quiere hablar del presidente. Sin embargo, Biden y Trump han sido probablemente los presidentes más débiles de mi vida, en el sentido de que lo que quieren personalmente no impulsa la agenda política en la medida en que uno imaginaría que lo haría un presidente.
En el caso de Biden es bastante evidente…
Es que en cierto modo, especialmente con Biden, no es fácil decir lo que realmente cree y cuáles son sus prioridades. ¿Cuáles son las tres cosas que realmente quiere conseguir antes de que termine su presidencia? Creo que podría decir eso de cualquiera de los presidentes que he visto a lo largo de mi vida, incluido Trump, donde se preocupó por la inmigración, el comercio y alguna otra cosa. ¿Sabes cuál es esa lista para Joe Biden? Él no ha impuesto una agenda personal del modo en que lo suelen hacer los presidentes.
¿Y el caso de Trump?
El problema para Trump era simplemente el caos. Era un ejecutivo muy malo. Él nunca había sido realmente un ejecutivo del gobierno antes, ni tampoco había sido un funcionario público. Trump no fue capaz de imponer sus propias prioridades en el sistema de una manera decisiva. Mucho de lo que hizo fue deshecho por los tribunales. Y eso fue realmente una consecuencia de la mala gestión.
Una de las soluciones que propones a todos estos problemas es reconstruir la confianza institucional por medio de la subsidiariedad y de entregarle más herramientas a las autoridades locales…
Sí, creo que hay varias maneras de pensar en cómo revertir parte de la pérdida de confianza que hemos visto en las instituciones estadounidenses. Y una muy importante es situar el poder más cerca de las personas. Tiende a haber mucha más confianza en las instituciones locales que en las nacionales.
Esto también implica construir más políticas desde abajo hacia arriba…
Hay que permitir que más poder fluya en esa dirección y que más decisiones se tomen a nivel local. Tenemos un conjunto de instituciones que pueden hacerlo. En nuestro sistema es posible dar a los Estados y a las localidades más poder de decisión sobre el bienestar, la educación, la salud y algunas otras cosas. Y creo que eso nos vendría muy bien.
¿Qué hacemos con los problemas de competencias y recursos en gobiernos locales, que suelen ser más bajos que a nivel federal o central?
El problema es que lo que se necesita para crear confianza no es lo mismo que lo que se necesita para crear una administración eficaz. El gobierno local no es mejor que el gobierno nacional a la hora de gobernar, aunque goce de más confianza. Ese equilibrio es siempre un problema complicado.
Cuando pensamos, por ejemplo, en dejar que el estado de Oklahoma administre las políticas de bienestar, puede que lo gestione realmente mal. Sin embargo, sigue siendo mejor idea permitir que se tomen decisiones donde la gente pueda ver quién está al mando, pueda llegar a ellos y entenderlos. Tenemos que dar mucha más prioridad a ese tipo de conexiones humanas, a veces incluso a expensas de la eficiencia y la capacidad administrativa. Es difícil hacerlo.
¿Crees que es posible construir confianza institucional sin una visión compartida en la sociedad sobre el bien común?
Creo que la sociedad estadounidense es muy grande y diversa. Hay algunas ideas que tenemos en común. Hay un amplio sentido de que somos una sociedad que cree que los seres humanos son iguales. Creemos en la dignidad y los derechos de todas las personas, pero no estamos de acuerdo en muchas otras ideas. Discrepamos incluso sobre lo que significa decir que todos somos iguales. Y creo que la misión compartida puede existir en los niveles medios de la sociedad. No tiene por qué existir al más alto nivel. No todos tenemos que estar comprometidos como nación a hacer lo mismo de la misma manera, pero sí tenemos que ver que tampoco somos un montón de individuos. Hay una capa intermedia de comunidades; grupos de personas que comparten una visión del bien común, que quieren criar a sus hijos juntos, que quieren establecer reglas para sí mismos como grupo. Y nuestro sistema de gobierno tiene que dejar espacio para que eso sea posible.
Es una tarea muy compleja sostener esa diversidad…
Debemos tener mucha paciencia para la diferencia local en la diversidad y eso no significa individualismo. Eso en realidad significa más autoridad local. Creo que, en cierto modo, ese ha sido siempre uno de los secretos del dinamismo estadounidense. Es duro vivir en una sociedad en la que sabes que la gente no está de acuerdo contigo sobre algo que realmente crees que es extremadamente importante, ya sea la educación de tus hijos o abortar.
¿Cómo abordar esas diferencias?
Esas personas simplemente están viviendo de una manera diferente en otro lugar, y en alguna biblioteca alguien está enseñando a un niño la manera equivocada de pensar sobre la sexualidad. Bueno, eso es un problema por una razón seria. Y, sin embargo, tenemos que ser capaces de vivir en una sociedad que dice: tengo cierto control sobre lo que mis hijos aprenden, y creo que eso es muy importante, pero no puedo controlar lo que los hijos de todo el mundo aprenden al respecto. Nuestra sociedad es demasiado grande y diversa para que algo así funcione.
Estados Unidos es un ejemplo de federalismo y de empoderamiento de los gobiernos locales. Los estados tienen mucho poder ¿Por qué más subsidiariedad y poder local ayudarían si la actual estructura subsidiaria no ha resuelto esos problemas?
Creo que la pregunta es siempre en comparación con qué. Y sí, en comparación con muchas otras democracias, Estados Unidos está bastante descentralizado. Nuestro sistema educativo está absurdamente descentralizado. Quiero decir, está dirigido por las juntas escolares locales. A veces están a cargo de diez mil estudiantes en una en una sociedad donde dieciocho millones de niños van a la escuela, y no hay duda de que a un europeo los Estados Unidos le parece un país muy descentralizado.
¿Y eso trae algún problema para la política a nivel nacional?
Yo diría que hay algunas maneras en las que el sobrecalentamiento de nuestra política nacional nos lleva a sentir que cada pregunta debe tener una sola respuesta en una sociedad de 340 millones de personas. Los estados son grandes y distintos. No son pequeñas comunidades locales que toman decisiones sobre el derecho ambiental o la educación. California es muy diferente a Texas. Creo que debe ser posible que esa diferencia persista y entonces, de alguna manera, podríamos bajar un poco la temperatura de nuestra política, permitiendo que haya diferentes respuestas a preguntas sobre el medio ambiente o el aborto o la política educativa en diferentes lugares.
Comparativamente, Estados Unidos ya está haciendo esto. Hay, además, algunas naciones con las que podemos compararnos. Canadá es mucho más descentralizado que los Estados Unidos. Las provincias gestionan mucho más sus propios asuntos que los estados, y francamente creo que es un buen modelo. Así que cuando pienso comparativamente miro hacia el norte.
¿Cómo reconectar a los jóvenes con un enfoque más conservador?
Ronald Reagan ganó el voto de los jóvenes en 1984. Creo que fue la última vez que el voto de los menores de veinticinco años fue para un republicano. Pero la pregunta más amplia es muy importante en general, ¿cómo se dirige la derecha estadounidense a los más jóvenes? Creo que la parte más importante de la respuesta a esa pregunta tiene que ser hablar de futuro y ayudar a la gente a ver lo que la derecha tiene para ofrecerles en el futuro. La derecha actual tiende a hablar demasiado de la izquierda, y no lo suficiente sobre el futuro del país.
Hay una visión algo fatalista sobre el futuro…
Tendemos a ser muy alarmistas y decimos que estamos al borde del abismo. En algunos aspectos tenemos problemas, pero ¿es realmente el fin del mundo? Creo que la derecha tiene que ofrecer algo, más que decir que el cielo se está cayendo. Nos acercamos a unas elecciones en las que un hombre de ochenta y dos años se va a presentar contra uno de setenta y ocho. Eso es algo muy extraño, y no ocurre en el resto del mundo. Es un problema claramente estadounidense. Y creo que se requerirá una transición generacional en ambos partidos para ver realmente cómo puede ser la próxima fase de nuestra vida política.