Artículo publicado en la edición Nº 10 de la revista Punto y coma.
Las universidades no solo funcionan como espacios de formación profesional o de búsqueda del conocimiento, sino también como entornos de aprendizaje político altamente exigente que permiten a un selecto grupo transitar desde la política universitaria hacia la élite política nacional. En el Chile de hoy nadie puede desmentir esa realidad. Al fin y al cabo, el propio Presidente Boric fue un destacado dirigente, protagonista de las masivas movilizaciones de 2011. Los datos también avalan esa idea: un estudio realizado en 2013 evidenció que el 44% de los miembros de la élite política perteneció previamente a organizaciones estudiantiles, llegando el 80% de ellos a ser dirigentes de las mismas. En el caso de la dirigencia de la Pontificia Universidad Católica, un 55% de los dirigentes estudiantiles posteriormente ocuparon cargos relevantes en la política nacional. Esta cifra se debe a diversas características de la política en la UC que, vistas en su conjunto, la convierten en un espacio idóneo para experimentar y poner a prueba las actividades políticas del futuro.
¿Por qué destacar el caso de la Universidad Católica? Por dos razones. En primer lugar, la política estudiantil y sus orgánicas padecen un fuerte proceso de deslegitimación. Uno de los ejemplos más patentes de aquello es la FECH, que hace años no alcanza los quórums mínimos de elección. La FEUC, en cambio, mantiene una participación relativamente alta. A su alrededor han proliferado múltiples movimientos políticos, e incluso algunos han logrado institucionalizarse como partidos propiamente tales. Destacan entre ellos la Falange Nacional, el MAPU, la Izquierda Cristiana, el Movimiento Gremial (que dio origen a la UDI) y Revolución Democrática (fundado por exdirigentes NAU). Este último grupo es especialmente relevante hoy, pues de ahí proviene la izquierda que nos gobierna. En segundo lugar, porque el presente artículo pretende abocarse al estudio de la otra cara de la moneda, la derecha estudiantil que perdió terreno frente a los titanes de izquierda que forzaron un recambio generacional en su propio sector. Y si el objetivo es analizar las raíces universitarias de la derecha chilena, es imprescindible enfocarse en la Universidad Católica, su cantera histórica. Hay un eslabón perdido en la derecha, y no porque esta no existió o no se movilizó. Por el contrario, su historia reciente es intensa y turbulenta, pero diversos eventos hacen difícil identificar a los contemporáneos del Frente Amplio al otro lado del espectro.
El Movimiento Gremial nace en la Escuela de Derecho de la UC el año 1966 y se configura como un movimiento de alcance universitario en medio de la efervescencia y politización que rodeaba la reforma universitaria, a la cual se oponía. El colectivo tuvo rápido éxito y se consolidó como la fuerza principal de la derecha universitaria durante la Unidad Popular. Durante el régimen militar mantuvo el control de la FEUC y por sus filas pasaron muchos de los futuros líderes de la derecha, como Andrés Chadwick, Hernán Larraín, Juan Antonio Coloma y Cristián Larroulet.
La FEUC de la transición, que comienza en 1985 con la primera elección democrática de federación desde 1973, se caracterizó por la alternancia en el poder entre la centroizquierda universitaria y el gremialismo, que demostró que podía ser competitivo en democracia y dejar atrás los fantasmas de sus federaciones designadas. Mantuvo el monopolio dentro de la derecha y continuó operando como cantera de futuros líderes. Sin embargo, hacia fines de la década de los 2000, el desgaste gremialista y los crecientes esfuerzos de la izquierda por plantear una alternativa capaz de disputar la federación, terminaron con los años dorados del MG.
La configuración del actual panorama político en la UC comienza con la última FEUC de esa ‘edad de oro’ gremialista, presidida el año 2008 por Felipe Bettancourt. Durante esos años ya existía cierta autocrítica en sus filas, cuya premisa de autonomía de los cuerpos intermedios y su no instrumentalización devino en un modelo mecánico y despolitizante que se escudaba mucho en su historia y en el fantasma de Guzmán para evitar reflexionar acerca de su rol en el Chile postransición. En este contexto destaca un grupo que, ante la disyuntiva de crear una nueva plataforma o canalizar sus inquietudes desde dentro, se inclinó por esta última opción. Así, por medio de diversos documentos e intervenciones en debates, advirtieron sobre la necesidad de repensar los énfasis de su movimiento.
Por aquel entonces, la legalización de la ‘píldora del día después’ era uno de los principales temas en la discusión pública y, un atisbo de los debates que vendrían en los años siguientes alrededor del aborto. La FEUC gremialista tomó con fuerza la bandera provida dentro y fuera de la UC, posicionándose como un actor político influyente. Esa campaña molestó a las fuerzas de izquierda agrupadas en “La Coordinadora”, cuyo dirigente Miguel Crispi, de sociología, encabezó una petición para destituir a Claudio Alvarado (secretario general) y Diego Schalper (consejero superior). Su ofensiva terminó por aglutinar a las fuerzas existentes de centroizquierda en torno a un nuevo movimiento: la Nueva Acción Universitaria, que buscó posicionarse como de “centroizquierda, pero no Concertación”.
Pocos meses después de su fundación, el NAU, con Crispi a la cabeza, impidió una tercera Federación gremialista consecutiva, movilizando la energía de los ciclos de protestas estudiantiles de 2006 y 2008. Años después, la hazaña sería incluso destacada por el militante UDI y exdirigente gremialista Máximo Pavez:
"La nueva izquierda universitaria que propuso el NAU, que logró ubicarse de manera muy inteligente como alternativa tanto a la extrema izquierda (…) como a una Concertación universitaria moribunda, generó un cambio en la UC (…): una imagen refrescante con una sólida capacidad de gestión (…), discurso novedoso, sintonía —al menos aparente— con ciertos sectores de la ciudadanía".
Entre 2008 y 2014, periodo crucial para el movimiento estudiantil en Chile, el NAU logró seis victorias consecutivas. Sin pretender restarle mérito, el retorno de la derecha al gobierno hizo revivir con más fuerza que nunca las demandas educacionales, discurso en el cual el NAU se movía cómodamente. Las protestas de 2011 hicieron explotar el movimiento estudiantil, cuyos rostros más visibles fueron los dirigentes de la FECH y la FEUC, Camila Vallejo y Giorgio Jackson, respectivamente.
“Somos, somos los gremiales de la UC. ¡Y no nos separarán…nunca más!”, versa el clásico cántico gremialista de campaña. Aunque sigue siendo reflejo de la mística y trayectoria del movimiento, lo acontecido desde el año 2010 en adelante no parece ajustarse a ese deseo. Durante varias décadas, el MG ostentó el control prácticamente exclusivo en la formación y reclutamiento de líderes políticos de derecha y centroderecha en la universidad. Esta organización logró establecer una cultura y un discurso distintivos que renovaban continuamente sus liderazgos, además de mantener un sólido respaldo electoral y capacidad de movilización.
Sin embargo, en el marco de la crisis que comenzó a experimentar al llegar a La Moneda, la derecha emprendió en 2010 un proceso de reformulación marcado por la tensión entre el sector conservador, socialcristiano y liberal. Quizás de manera inevitable, esa tensión también permeó en el gremialismo al interior de su alma mater. Además de pasar por una serie de derrotas electorales, el MG comenzó a sufrir quiebres internos y fuga de militantes, viéndose obligado a reformular su línea de despolitización al interior de la PUC. Lo inédito, en esta ocasión, fue que las críticas provenían de su mismo sector político.
En la Facultad de Derecho, cuna del MG, surgió por esos años una pugna entre dos bandos académicos: uno ligado al gremialismo clásico, con Gonzalo Rojas como referente; y otro más antiliberal, con Felipe Widow y Álvaro Ferrer a la cabeza. Estos últimos fueron los conductores de los “Grupos de Formación para la Acción Política” que atrajeron principalmente a liderazgos gremialistas disconformes con la conducción tradicional del movimiento.
Durante 2010, este grupo se consolidó y comenzó a fraguar la idea de crear una nueva organización capaz de competir con el movimiento gremial, algo inédito respecto de otros grupos que habían optado por mantenerse dentro de sus filas. Entre sus principales liderazgos se encontraban Ruggero Cozzi, presidente del Centro de Alumnos de Derecho; Pablo Varas, Consejero Superior elegido por el MG; y Cristián Loewe, Consejero de la Facultad de Derecho. El quiebre fue profundo y atravesó no solamente las estructuras políticas del gremialismo, sino también afectos, amistades y vínculos familiares.
El surgimiento de un nuevo movimiento en el seno de la Facultad de Derecho fue descrito por exdirigentes estudiantiles como una ‘bomba’ al interior de la UC. El proceso dejó en evidencia el desgaste de la imagen y la doctrina gremial, marcada por la despolitización en un contexto donde los jóvenes buscaban cada vez más respuestas políticas. Por su parte, la fuerza naciente optó desde sus inicios por una denominación con carga ideológica, inspirada en el célebre sindicato anticomunista polaco: Solidaridad. Esbozó, también, los primeros lineamientos doctrinarios e ideológicos del movimiento: su principal punto de diferencia con el MG era la actitud respecto al modo de hacer política dentro de la universidad y su énfasis en una comprensión integral de la subsidiariedad, por sobre la visión negativa arraigada en la derecha.
Para Cristián Loewe, la iniciativa “(tuvo) que ver con la misma efervescencia política y social que dio vida al movimiento estudiantil; obviamente esa inquietud explotó en otra dirección, pero desde el otro lado de la vereda también había una inquietud más o menos generacional”. Esto hizo del movimiento algo atractivo para estudiantes tanto con un perfil más social, o bien, académico. Pues, tal como sucedió en su momento con Guzmán, Solidaridad surge de la mano de una búsqueda intelectual propia del espacio universitario, lo que le dio una base sólida a su acción política.
Junto a la aparición de Solidaridad surgió también un sector liberal amplio que tomó distancia del conservadurismo de la derecha tradicional al interior de la UC. Sin embargo, ninguna de estas iniciativas (como Liberales UC y Avanzar) ha logrado consolidarse electoralmente ni construir una identidad dentro de la universidad. Por su parte, Solidaridad ha tenido un relativo éxito desde su fundación. Ha ganado dos Consejerías Superiores, afianzado su mayoría en facultades relevantes como Derecho e Ingeniería, y ha logrado desplazar al MG del balotaje contra el NAU en diversas oportunidades. Pero aún no ha logrado la conquista de la FEUC.
Durante la última década, uno de los pocos momentos de esperanza para la derecha universitaria fueros las elecciones del año 2015, en las cuales el gremialismo recuperó la federación luego de seis años, mientras que Solidaridad se hizo con la Consejería Superior. Era la oportunidad de posicionar nuevamente a la derecha en la discusión estudiantil. Sin embargo, el movimiento, a nivel nacional, monopolizado por la izquierda no se las hizo fácil. Como caso paradigmático, se llegó a expulsar al presidente FEUC Ricardo Sande de la vocería de la Confech. En la votación sus pares aludieron a sus diferencias de opinión respecto de las paralizaciones y la gratuidad universitaria. Fue un año sumamente difícil para la derecha universitaria, que no ha vuelto a ganar desde entonces. A pesar de todo, ha seguido participando activamente desde otros espacios que no ha perdido. Como ejemplo, en 2018, durante el “mayo feminista” que explotó en universidades a la largo de todo el país, las tomas y protestas casi no tuvieron contrapeso, excepto, una vez más, en la Universidad Católica. La histórica toma de la Casa Central fue seguida de una “contratoma”, liderada por Javiera Rodríguez, entonces Consejera Superior gremialista, y por el Centro de Alumnos de Derecho. La reacción no solo se vio en la “contratoma”, sino también en el discurso político e intelectual, pues la derecha no ofreció una alternativa al feminismo de izquierda progresista que se imponía.
En síntesis, el balance acerca de la trayectoria de la derecha universitaria en los últimos quince años se resume sin duda en dos conceptos: reacción y fragmentación. En cuanto al primero, como evidencia esta historia, el cambio ha sido profundo. Aquel grupo debió enfrentarse a un drástico cambio en las agendas que acostumbraban a discutir. Tuvo que jugar en una cancha dibujada por la izquierda, reaccionando a los temas que ella proponía, no siempre con éxito. Además, la derecha no ha logrado conectar con su base social y luchar por sus causas como sí lo han hecho sus adversarios. Esto se debe, en parte, a la incapacidad que ha tenido para articularse y generar un discurso y un proyecto alternativo.
No obstante, respecto de la fragmentación, las opiniones son disímiles. Por un lado, parece haber sido una buena apuesta la fundación de un movimiento capaz de agrupar a la juventud universitaria de centroderecha ligada al socialcristianismo y al conservadurismo social, pues dio oxígeno ideológico y político a una derecha universitaria que llevaba cuarenta años sin reflexionar en profundidad sobre su rol en el Chile postransición. Sin embargo, es difícil no conectar la fragmentación de la derecha con el hecho de que esta haya perdido la federación durante quince años. El problema es que, dentro del actual clivaje político de la UC, la derecha parece estar bastante asentada alrededor de ambos movimientos, los que han recorrido un intenso camino desde el 2010 volviendo difícil la posibilidad de juntarse para enfrentar a la izquierda. En ese contexto, una dinámica al estilo “juntos pero no revueltos” podría abrir una oportunidad para que ambos colectivos, con sus virtudes y defectos, disputen los espacios de representación a la izquierda universitaria, cuya posición actual está bastante más debilitada que en la década pasada.
Parte del éxito que tuvo la generación del 2011 se debe a que logró proyectar el fenómeno de las movilizaciones estudiantiles hacia la política formal, impulsando así a las nuevas generaciones de dirigentes estudiantiles que buscaban esas referencias tan necesarias para hacer política en torno a un objetivo. La nueva izquierda creó sus propios partidos y desplazó a los tradicionales, lo cual desembocó en la creación de la coalición que hoy gobierna: el Frente Amplio. Principalmente de la mano de jóvenes y fortalecido por el estallido social de 2019, el conglomerado llegó a La Moneda en 2021 bajo el liderazgo de Gabriel Boric.
Muy distinto ha sido el caso de la derecha. Las nuevas generaciones no han creado nuevos partidos, pero tampoco se han consolidado en los existentes. Algo que incluso es reprochado internamente. Gonzalo Pinochet, expresidente de la Juventud UDI, declaró en 2022 que era crítico de la gestión de su partido, que no ha salido a buscar gente nueva, principalmente jóvenes, “tal como lo hacía Guzmán en los años noventa”.
Por su parte, el año 2014, exdirigentes de Solidaridad junto con independientes y académicos dieron origen a Construye Sociedad, movimiento de inspiración socialcristiana liderado por Diego Schalper. La iniciativa, sin embargo, fracasó, dejando con ello a sus simpatizantes en una especie de naufragio. Si bien unos pocos han intentado cobrar protagonismo de forma dispersa en partidos tradicionales como RN y la UDI, no han tenido mucho éxito.
El colectivo solidario aún tiene desafíos importantes en cuanto a su proyección fuera de la UC. Si bien no ha ganado la FEUC, ha contribuido en la formación de cuadros durante trece años, y muchos de sus exdirigentes buscan generar un aporte al país luego de egresar. Sin embargo, no hay una proyección unívoca de estos, tanto ideológica como profesional, por lo que es difícil identificar a este grupo fuera de la su alma mater —a diferencia de los exgremialistas— y muchos líderes con gran potencial terminan dejando la actividad política.
Es por esto que un gran grupo de exdirigentes de centroderecha ve una mayor posibilidad de influencia en su sector político a través de la reflexión intelectual —como en centros de estudios, por ejemplo— en lugar de confiar en partidos donde es difícil establecer nichos y consolidarse. Un ejemplo patente es el hecho de que los mismos dirigentes gremialistas, que antes entraban a militar a la UDI al salir de universidad, ahora optan por trabajar en la Fundación Jaime Guzmán para intentar influir políticamente por medio de la difusión de sus ideas y la formación de jóvenes. Otras razones por las cuales los líderes universitarios de derecha ingresan al mundo privado o a centros de estudios son de índole más práctica, e influyen en ella la hostilidad de la política, la dificultad de compatibilizar su ejercicio con la formación de una familia y las menores oportunidades de ingresos y de proyección profesional.
En la izquierda la cuestión es distinta. Al egresar, los dirigentes universitarios están dispuestos a relegar sus carreras para dedicarse a la política. El mismo Presidente de la República nunca se licenció ni se tituló y entró directo al Congreso; Camila Vallejo y Karol Cariola, geógrafa y matrona respectivamente, no han ejercido sus profesiones, y así abundan los casos. En consecuencia, son pocos los exdirigentes que siguen el camino intelectual o profesional que abunda en la centroderecha. Probablemente la excepción más notable dentro de la izquierda sea el expresidente FEUC Noam Titelman, quien siempre destacó por tener un perfil diferente, más reflexivo. Junto con profundizar en sus estudios, el militante del Frente Amplio se ha convertido en un intelectual comprometido, dedicado a pensar su sector político para influir desde ahí. Esto también es curioso desde la otra vereda: si bien la derecha tiene muchos intelectuales comprometidos, rara vez militan. El mismo Titelman ha reconocido el fenómeno en varias ocasiones:
"hay una diferencia bien marcada en esta generación en la izquierda y en la derecha respecto a qué tan exitosos han sido políticamente, por un lado, y cuánto han tenido de capacidad de generar debate intelectual, por otro. Y en esta nueva generación hay muchos éxitos para la izquierda en términos políticos (...) en cambio en el espacio de la reflexión política ha sido más prodigiosa la nueva generación de derecha".
La lista de actuales líderes cercanos al mundo de derecha provenientes de la escena universitaria de la PUC en los últimos quince años está lejos de ser irrelevante. Con distintos grados de conocimiento e influencia destacan los parlamentarios Diego Schalper y Chiara Barchiesi, los exconstituyentes Ruggero Cozzi y Eduardo Cretton, el exsubsecretario y comisionado experto Máximo Pavez, entre otros. Actualmente, los presidentes de las juventudes del Partido Republicano y de Evópoli son exdirigentes de la PUC. Todos ellos, junto a los actuales universitarios, se formaron viendo a la derecha ganar y gobernar en democracia, algo inédito para sus antecesores. Les tocó presenciar las luces y sombras de los gobiernos del expresidente Piñera, cuya repentina y trágica muerte constituye una oportunidad para esta generación de analizar su vasto legado en perspectiva.
Como síntesis, podemos distinguir tres niveles de actores relevantes —las cúpulas partidarias, los exdirigentes universitarios y, por último, los líderes estudiantiles actuales— capaces de potenciar y rearticular a la derecha universitaria, que es, como vemos, la futura derecha política. Por cierto, cada uno de ellos tiene un rol distinto que cumplir, pero deben ser interdependientes al ejercerlo y ayudarse mutuamente en lo que sea posible. Los políticos de hoy no pueden renegar de sus anhelos y sueños de juventud, que son, en general, aquello que los condujo en primer lugar a la política. Urge devolver a la derecha esa camaradería que alguna vez tuvo el gremialismo entre su espectro adulto y universitario, esa conciencia de que están reunidos en torno a algo más grande e importante. Solo así la historia será distinta.
María Asunción Poblete es estudiante de derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile y asistente de investigación en el Instituto de Estudios de la Sociedad (IES).