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Olimpo: Alexander Hamilton
María Josefina Poblete L.
02 de octubre del 2025
Olimpo: Alexander Hamilton
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Olimpo: Alexander Hamilton

María Josefina Poblete L.


Con elegante caligrafía y apenas catorce años, Alexander Hamilton se desahoga en 1769 con su amigo Edward Stevens: “Para confesarte mi debilidad, Ned, mi ambición es tan dominante que desprecio las condiciones serviles de un auxiliar o algo similar, a lo que mi fortuna me condena, y estaría dispuesto a arriesgar mi vida —aunque no mi honor— por elevar mi posición”. Nacido en una isla remota del Caribe, hijo ilegítimo e inmigrante, sabe que no tiene el camino fácil, pero le sobra arrojo. También tiene a su favor, hay que reconocerlo, rasgos poco comunes para su edad: es sereno, resistente y dueño de un notable autocontrol. “Concluiré diciendo que ojalá hubiera una guerra”, remata con dramatismo. No habrá mejor ocasión para demostrarle al mundo de qué se está hecho. Que la historia luego juzgue.

Pero antes de esa guerra soñada, fue el huracán que barrió en 1772 con su Nevis natal el punto de inflexión en su biografía. La brutal experiencia lo motivó a escribir una carta dando cuenta del hecho, que sería publicada luego por el periódico local. Su sofisticación literaria (“Mira aquí los restos de toda una ciudad. La humanidad se estremece ante la vista”) impacta a la élite isleña, que reúne fondos para enviarlo a Nueva York. Resuelto y ambicioso, ni siquiera el incendio que estallará en su barco rumbo a Norteamérica logrará disuadirlo. “El drama seguía cada uno de sus pasos”, apunta Ron Chernow en una monumental biografía que llegó en 2015 a las tablas de Broadway como musical. “Hamilton” se convirtió rápidamente en un aclamado fenómeno cultural que traspasaría las fronteras estadounidenses.

Se ha dicho que leyó con avidez y desde muy pequeño a Plutarco, Pope, Maquiavelo, Cicerón y Montesquieu. Una vez instalado en las colonias, solicitó cursar un plan intensivo para avanzar más rápido que sus compañeros, lo que le fue negado por las autoridades del College de Nueva Jersey (hoy Princeton). Tras la negativa, optó por ingresar al King’s College (actualmente Columbia), donde destacará por su disciplina y elocuencia. Eran tiempos de intensos debates: la imprenta había dado a luz una sociedad altamente alfabetizada y permitía a las ideas independentistas expandirse con facilidad. No bien amanecía, era común ver a Hamilton caminando por la orilla del Río Hudson, hablándose a sí mismo.

En 1780 contrae matrimonio con Eliza Schuyler y, con apenas veintidós años, se hace parte del círculo de confianza del comandante en jefe de las fuerzas independentistas, George Washington. Terrateniente y político experimentado, Washington no era, al parecer, un intelectual, a diferencia de gran parte de los líderes de la época. Hamilton pronto se convirtió en la voz detrás de su correspondencia, al mismo tiempo en que insistía en ser enviado al campo de batalla. Washington era consciente de que su mano derecha le era más valiosa por su agudo intelecto, pero finalmente cedió. Convertido en oficial de campo y luchando contra un enemigo más grande y mejor equipado, Hamilton fue una pieza esencial del triunfo. No tardaría en serlo también al momento de redactar una Constitución para el nuevo país.

“La verdadera libertad no se encuentra ni en el despotismo ni en los extremos de la democracia, sino en gobiernos moderados”. Estas palabras, estampadas en periódicos de Nueva York bajo el pseudónimo Publius, forman parte de una serie de artículos anónimos cuyo fin era inclinar al estado de Nueva York hacia la aprobación de la nueva Carta Magna estadounidense. Recopilados con el tiempo como The Federalist Papers, siguen siendo un ejemplo de deliberación política, tanto por su profundidad como por la claridad con la que ahí se desmenuzan cuestiones habitualmente lejanas para el ciudadano común. ¿Por qué era preferible una república a una monarquía en Estados Unidos? ¿Cuáles son los riesgos de las facciones? ¿Qué mecanismos institucionales favorecen la prosperidad de los países? Estas son algunas de las preguntas que Publius aborda en un lenguaje directo y persuasivo. El plan original era escribir 25 textos y dividir el trabajo de manera igual entre los tres participantes: Hamilton, James Madison y John Jay. El resultado final fueron 85 ensayos; Hamilton fue autor de 51 de ellos.

Primer Secretario del Tesoro, Hamilton no se libró de tener enemigos. Su visión, clave para el sistema vigente, le valió al Padre Fundador intensas disputas, principalmente con Thomas Jefferson. Apostaba por un gobierno federal fuerte, la creación de un banco central y una economía productiva que incentivara la virtud. “La confianza del pueblo llegará pronto si el gobierno se muestra honesto al saldar sus deudas”, escribe en El federalista. Meritocrático, republicano y antiesclavista, Hamilton ha prevalecido como el más visionario de los Padres Fundadores. Algo así como el arquetipo del sueño americano.

“¿Por qué escribes como si se te acabara el tiempo?”, le espeta en distintos momentos del musical de Broadway el personaje de Allan Burr, con quien Hamilton sostuvo una larga rivalidad política y personal. La relación terminó en un duelo, en un bosque de Nueva Jersey. Hamilton habría disparado al aire, mostrando, según algunos testigos, que no tenía intención de matar a su contendor. Burr, en cambio, apuntó al lado derecho de su torso.