Columna publicada el lunes 15 de julio de 2024 por La Segunda.

Luego del fracaso en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022, se instaló un amplio debate sobre qué significaba este hito para las izquierdas. Así, varias voces dentro y fuera de ese mundo político advirtieron que bien podía tratarse de su peor derrota histórica. No sólo por su intachable carácter democrático, sino también por su contundencia y masividad. Después de todo, a apenas seis meses de haber asumido el presidente Boric, el pueblo chileno le daba un portazo al proyecto de la Convención respaldado por el mandatario y todas las fuerzas progresistas. Baste recordar que dicho proyecto fue rechazado en todas las regiones, en 338 de las 346 comunas y con especial fuerza a nivel popular y rural.

Como era previsible, en ese contexto se instalaron diversos llamados tanto a la autocrítica como al pragmatismo de parte del oficialismo. Si el Chile profundo le daba la espalda del modo en que lo hizo, lo sensato era rectificar. Ciertamente la credibilidad del camino recorrido desde entonces ha sido cuestionada en más de una ocasión —un mes se homenajea a Aylwin, al siguiente se indulta a los “presos de la revuelta”, y así—; pero nadie previó hasta dónde llegaría la decadencia de connotados parlamentarios de gobierno. Una cosa es ser zigzagueante o inconsistente, y otra distinta es buscar reinstalar por secretaría la voluntariedad del voto, desincentivando así la participación popular. 

Pero aún más sorpresiva, si cabe, resulta la apuesta de La Moneda en esta coyuntura. El sufragio debe ser obligatorio, se nos dice con tono cuasi solemne, y por eso el Ejecutivo se la juega por vetar la nueva ley electoral. Aunque no es así para los foráneos, y por eso también se la juega por distinguir —a última hora— entre los “ciudadanos” y los “electores” extranjeros, transformando de facto en voluntario el voto de los inmigrantes habilitados. ¿Y si apenas ayer se abrazaba con fruición el discurso del “derecho humano a migrar”? Poco importa: ningún habitante de Palacio parece interesado en encarnar la coherencia política ni intelectual. 

A estas alturas, cuesta distinguir qué es peor: si los artilugios retóricos e inverosímiles que se esgrimen para justificar lo indefendible; el súbito temor a la manoseada sabiduría del pueblo chileno, tan invocado como olvidado; o el hecho de modificar entre gallos y medianoche las leyes electorales. Tal vez exagera quien cree que hay un parentesco entre esta estrategia (¿chavista?) y las lógicas que impregnaban el texto de la fallida Convención. Pero es difícil negar que quienes manejan los hilos del poder en La Moneda hoy parecen dispuestos a todo con tal de aferrarse al poder. A todo, menos a favorecer e incentivar la asistencia a las urnas de los sectores populares. Vaya izquierda.