Carta publicada el viernes 9 de agosto de 2024 por El Mercurio.

Señor Director:

La periodista Elena Irarrázabal, especializada en arte y patrimonio, relató en una columna la presentación facilona a un grupo de estudiantes secundarios del Museo Nacional de Bellas Artes como “racista, machista y clasista” que le tocó presenciar en su última visita a ese espacio, criticando la parcialidad y reductivismo que supone imponer ese relato al visitante. Su artículo se suma a otros apuntando al carácter propagandístico de la exposición titulada “Luchas por el arte”.

La respuesta de un amplio y cosmopolita grupo de establecidos artistas y gestores culturales de izquierda, liderados por Alfredo Jaar y Cecilia Vicuña, no se hizo esperar. Y su contenido son exquisitos trazos de falacias ad populum sobre un fondo poderoso de falacias ad baculum. Según ellos, esta mirada “crítica” al pasado es parte esencial de la museografía actual, que busca ser cercana, dialogante y abrir nuevos debates, y por lo mismo los simples legos como Irarrázabal o el nieto del artista Camilo Mori, ajenos al saber experto de este mundo tan sublime, no deberían atreverse a criticar lo que ven. Una generosa cucharada de despotismo ilustrado rematada con una vanguardista felicitación de Vicuña al MNBA por hacer circular su propia obra.

A este grupo quisiera responderle apuntando a que lo por ellos presentado como “crítico” y “reflexivo” es nada más que otra variación intelectualmente mediocre del progresismo identitario y ramplón que Pierre Bourdieu llamó en su momento la “nueva vulgata planetaria”, que ya ni siquiera es nueva. Parte de una “industria de la crítica crítica” que efectivamente domina muchos circuitos intelectuales y artísticos occidentales —tal como refleja un rápido mapeo de los firmantes de la misiva—, y que resulta tan hegemónica como predecible y funcionaril.

¿No ven ellos mismos que son la voz de lo establecido? ¿No reconocen en la propia lógica interna de su carta la inercia burocrática de lo instalado, acrítico y autocomplaciente? ¿No les espanta un poco leer de nuevo lo que escribieron y constatar que algo —respecto de lo que se niegan a reflexionar— les hace confundir adoctrinar en lugares comunes con enseñar a pensar?