Columna publicada el lunes 8 de julio de 2024 por La Segunda.

“Las personas de mi edad, de 50 o 60 años, ya hemos hecho una vida aquí, pero tememos por el futuro de nuestros hijos”. Así se expresaba el rabino Moshe Sebbag hace una semana. “Al parecer en Francia no hay un futuro para los judíos”. No es la única persona prominente que ha hablado así, y durante la última década la emigración de hecho ha experimentado un alza enorme. Los actos antisemitas –que van mucho más allá del “discurso de odio”– se han vuelto una constante, y al menos la mitad de los judíos franceses recomienda a sus hijos no revelar su religión en público. Representan el 1% de la población, pero el 2019 fueron víctimas de la mitad de los ataques por motivación religiosa.

No hay mayor misterio detrás de todo esto. Antiguas expresiones de antisemitismo occidental persisten, pero es sobre todo el de origen islámico que explica su reciente expansión. La izquierda francesa además ha hecho una apuesta significativa por esa población, sin mayor “cordón sanitario” respecto del islamismo. Es una apuesta que puede parecer sensata si se piensa en el caudal de votos disponible. Sin embargo, siempre hay un precio que pagar, y el antisemitismo ha sido una de las cosas cuya normalización parece haberse aceptado como costo razonable. Por mencionar una sola de sus manifestaciones, ha sido imposible conseguir que este mundo declarara a Hamas organización terrorista. Pero además, esta no es la única materia en la que las convicciones se vuelven transables. Amal Bentounsi, una candidata de la Francia Insumisa de Mélenchon, declaraba hace poco que la homofobia no es condenable si ella tiene un origen religioso.

Del trágico alcance de todo esto y de sus infinitas ramificaciones se puede hablar por horas. Pero lo más llamativo en este momento es el contraste entre este complejo escenario –del que el antisemitismo es solo una muestra– y la repetición de consignas simplistas tras los resultados electorales de ayer. Detuvimos al fascismo. Salvamos la democracia. ¿En verdad? Ciertamente hay problemas de todo tipo en el partido de Marine Le Pen, y un triunfo suyo habría sido motivo de justificada preocupación. Sin ir más lejos, el rabino Sebbag hablaba de los judíos como atrapados entre el odio de dos mundos. Bien podría decirse algo así no solo de los judíos, sino de una porción enorme de la población. Pero lo asombroso es que ni siquiera esa elemental sensación pueda ser articulada por quienes solo ven un freno exitosamente puesto a la extrema derecha. Por lo demás, estamos ante un curioso triunfo que difícilmente permitirá a Macron gobernar. Y aunque así fuere, un triunfo no debiera ser ocasión para deponer la autocrítica, como algunos con alivio parecen pensar.