Columna publicada el lunes 2 de agosto de 2021 por El Mercurio.

Durante las últimas décadas, y siguiendo la tendencia de otros países occidentales, en Chile se ha instalado la idea de una “nueva paternidad”. Se espera que el padre sea más cercano, más presente en la vida cotidiana de sus hijos y más colaborativo en la crianza, alejándose del modelo “tradicional”: distante, autoritario y centrado en el rol de proveedor. Sin embargo, este nuevo modelo, que a nivel discursivo parece haber adquirido bastante fuerza, no ha tenido el mismo correlato en su ejercicio. En la práctica, continúa predominando la repartición de roles de género al interior de la familia, donde el cuidado de los hijos y las tareas domésticas recaen fundamental o exclusivamente en las madres, mientras que el ausentismo paterno –histórico en Chile– sigue vigente.

La pandemia ha mostrado cuán alarmante es la falta de corresponsabilidad. El porcentaje de los llamados “hombres cero”, es decir de hombres que destinan cero horas a labores del hogar o de crianza llama la atención. Según muestra un estudio de la UC durante el 2020, el 57% no dedica ni una sola hora a actividades relacionadas con el cuidado de niños menores de 14 años que, por supuesto, queda en manos de las mujeres, incluso cuando ellas realizan trabajos remunerados. La baja responsabilidad y participación paterna se refleja también en otros ámbitos. Actualmente, un 84% de los deudores en causas de alimentos no paga la pensión fijada por el tribunal. Durante el 2016 hubo 20.138 nacimientos sin padre reconocido, equivalentes al 8,7% total de inscripciones. Paralelamente, la encuesta Casen 2017 indica que un 31,1% de los hogares corresponden a estructuras monoparentales con jefatura femenina, es decir, que carecen de un padre residente. En los últimos 20 años, la proporción de hogares sin padre casi se ha duplicado, particularmente en las familias jóvenes y en los estratos más bajos. El dato es sencillamente dramático si consideramos que, en muchos de estos casos, el contacto frecuente y el involucramiento en la vida de los hijos encuentra mayores obstáculos.

A pesar de la gravedad de estos hechos, que afectan sobre todo a madres y niños de los sectores más vulnerables, es llamativa la poca centralidad que tiene la paternidad en el debate y la acción pública y privada, a diferencia de lo que sucede en otras latitudes. La preocupación por la sobrecarga femenina en materia de cuidado ha tenido un tímido lugar en la discusión política. Los programas presidenciales, por ejemplo, tienen algunas propuestas en este sentido, aunque todavía sin muchas especificaciones. No obstante, ni en esta agenda ni en la que se refiere a los derechos de la infancia, el tema de la paternidad responsable ha tenido el lugar que le corresponde, salvo por algunas políticas o iniciativas aisladas. Mientras no se reconozca y valore el enorme impacto que tiene la presencia de padres comprometidos en la vida familiar y se incentive su participación activa, cualquier agenda por la igualdad de género y el bienestar de los niños y niñas quedará truncada.